Últimamente he estado leyendo y escribiendo mucho sobre la muerte y, con ello, ha crecido mi curiosidad sobre cómo diferentes culturas y religiones manejan los cadáveres de sus congéneres que han pasado a mejor vida. Así que me he hecho con unos cuantos libros sobre el tema. Ha sido un viaje interesante. He aprendido, por ejemplo, que el embalsamamiento está proscrito si quiero ser ecológica. En realidad no debería haber necesitado un libro para entender que enterrar un cadáver rezumando formol para luego esperar que la Naturaleza lo digiera no es muy respetuoso con el medio ambiente que digamos. Ay, ahí se va una parte de mi plan funerario, pero como soy una optimista, el destino me cierra una puerta para abrirme una ventana: el embalsamamiento cuesta un riñón y eliminarlo del proceso dejará más dinero para la barra libre. Mis amigos y familiares lo agradecerán.
Una vez descartado el embalsamamiento, la cuestión sigue siendo: ¿Qué hacer con mi cadáver? Bueno, las opciones, si bien no son infinitas, son de lo más variopintas, dependiendo mucho del tipo de fe que una profese. Y yo estoy buscando con ahínco la mejor opción para mí. No voy a profundizar en los distintos enfoques1, pero hay tres que merecen una mención honorífica antes de entrar en el ritual que supongo que me espera: el entierro de toda la vida.
En un merecido cuarto puesto encontramos el compostaje: por un precio razonable, colocan tu cuerpo sin vida en un contenedor con virutas de madera, paja y tierra. Los trabajadores de la planta de compostaje de cadáveres removerán la tierra regularmente para acelerar la descomposición. Al final del proceso, la familia obtiene una tierra realmente fértil que puede utilizarse para cultivar un árbol... o algunos comestibles... Supongo que esta es la forma más vegana de volverse caníbal. Me imagino sirviendo a mis invitados unas verduritas “cultivadas en casa” y de paso asegurarme de que mi ser querido despliega sus alas. Me gusta la idea. Además, ¿alguna vez habéis leído el curriculum de alguien que tiene bajo “previa experiencia laboral” algo como:
2003-2015: Compostador de cuerpos humanos.
Hay gente que tiene los trabajos más absurdos geniales.
La medalla de bronce es para las granjas de cadáveres. Al parecer, uno puede donar su cuerpo a un centro de investigación donde “se estudia la descomposición del cuerpo en una variedad de entornos distintos” para ayudar al avance de la ciencia forense. Esta podría ser mi última oportunidad en una carrera forense. Podría ser la mejor forma de convertirme póstumamente en el Sherlock Holmes que siempre imaginé que llegaría a ser.
La subcampeona es la forma más divina de deshacerse de un cuerpo: la excarnación. Resulta que los zoroastrianos construyen unas torres circulares de silencio llamadas dakhma donde se depositan los cuerpos para dejar que los buitres los consuman. Esta es, en mi opinión, la forma más fascinante de honrar a los muertos, y lo digo en serio. El cierre del círculo de la vida en su máxima expresión. Resulta que, hoy en día, esta práctica está en peligro de extinción debido a la escasez de buitres. El cambio climático y la deforestación también vienen a por nuestros muertos.
Lo que nos lleva a lo que parece más factible en mi caso, mi opción número uno. Si voy a seguir la tradición, supongo que me enterrarán; el cómo me enterrarán es cuestión de debate. ¿Me decanto por cuerpo entero más un ataúd o por cenizas en una urna? Al parecer, la cremación es una práctica bastante extendida, sobre todo por razones prácticas, entre ellas la escasez de terreno, excepto en el hinduismo, donde la cremación es una obligación, y en el cristianismo ortodoxo donde es una prohibición. La cuestión es qué hacer después con las cenizas. Si eres católico, tienes que enterrar las cenizas en un lugar consagrado (véase cementerio); de lo contrario, Dios podría no encontrarte y podrías quedarte fuera de la parte esa en que la carne resucita, que es una parte fundamental de la redención. Me resulta de lo más irónico porque estoy casi segura de que la omnipotencia de Dios debería incluir la capacidad de encontrar cosas. Vamos, que yo tengo ese súperpoder ¿en serio nos quieren hacer creer que el Todopoderoso carece de él? Además, si nos ponemos tiquismiquis, más sagrado que esto no creo que haya nada:
Si me planteo hacer todo el tinglado “a la católica”, tengo que encontrar un lugar donde me gustaría tumbarme tranquilamente a esperar la segunda llegada de Cristo, así que estoy buscando un sitio cómodo. Envié a mis colegas del Soaring Twenties Social Club a sus cementerios locales para ver si podía inspirarme en las prácticas locales y encontrar un lugar para mi descanso final. Los cementerios españoles e italianos me parecen desoladores, con sus nichos de hormigón apilados unos encima de otros, sin vida por ninguna parte salvo por la hilera de cipreses que conducen a la entrada, todos tan rectos, advirtiéndonos de que llevemos una actitud sombría al entrar en el lugar.
Por ahora, mi cementerio favorito está en el pueblo de
en Croacia, en lo alto de una colina con vistas al mar. Deberíais dar un paseo con él y visitar el lugar. Podéis hacerlo aquí. también me envió unas fotos del cementerio de Trinity en Nueva York, con un estilo muy urbano justo al lado de un club de boxeo. Me parece una ubicación excelente tanto para el cementerio como para el club de boxeo... los neoyorkinos siempre pensando en cómo ahorrarse un montón de pasos innecesarios.Luego está, por supuesto, mi cementerio local, felizmente situado justo enfrente del hospital. Los pesimistas abundan en mi ciudad y parecen estar al frente del departamento de urbanismo. Pero admito que es un lugar muy tranquilo, con una gran variedad de árboles y arbustos, y en primavera y verano incluso dejan que la hierba crezca alta para que sirva de pequeño ecosistema en el que prosperen los insectos. Me gusta pasear por el cementerio. Es sereno, relajante y divertido, todo en uno. Uno de mis pasatiempos favoritos durante mis tres bajas por maternidad era pasear por los senderos de grava. Los paseos llenos de baches permitían a mis bebés dormir la siesta y a mí imaginar historias sobre las personas cuyas lápidas me daban suficientes detalles para ir hilando las historias. Hoy no voy a contároslas (quizá lo haga en otra ocasión), pero me referiré a dos tumbas a las que siempre vuelvo.
La primera no sé de quién es, pero si el duelo tuviese forma humana, sería esta: el cuerpo doliendo tanto que no puede despegarse de la tumba del ser querido.
La segunda es la tumba de un niño de cinco años que murió en un accidente de autobús, Joakim Stambolovski. Las tumbas que me resultan más difíciles de soportar son las que esconden en sus entrañas a niños arrancados de los brazos de sus madres a una edad incomprensible. La vida puede ser verdaderamente cruel, no sólo porque mueran niños, sino también porque nos dejan a los que tenemos que seguir adelante con un vacío en nuestro interior que quedará sin llenar y que tendremos que arrastrar durante todo el tiempo que deambulemos por la tierra. Siento que en las tumbas de los niños también hay enterrada una parte de nosotros que se queda atrás, una parte que no podemos recuperar, la necesitemos o no. Para mí esta tumba grita al cielo y nos convierte en testigos involuntarios de esa crueldad. Pero también nos permite vislumbrar la insondable alegría que proporcionan los niños por el mero hecho de existir.
Para una lectura en profundidad, os sugiero “Death and Religion. The Basics” de Candi K. Cann. Claro, conciso y directo.
Parlar de la mort, amb paraules serenes, vitals i al mateis temps plenes de vida. M'agrada.
Te recomiendo el de Luarca, muy de con vistas al mar para la eternidad