Este es el escenario para morir al que aspiro. Fuente.
Este es mi último post como ocióloga de vacaciones. Habréis notado que he aumentado la frecuencia de mis cartas en las últimas semanas; cuando una está ociosa, está inspirada.
El pasado mes de mayo estaba almorzando con mis colegas en nuestra cueva y reflexionando sobre la vida. Ahora, antes de que se os ocurran ideas raras, os cuento: en mi hospital, los oncólogos tenemos una zona designada para comer en el sótano. Disponemos de una cocinita con microondas, frigorífico, lavavajillas y una fuente de agua que proporciona agua fresca y agua con gas, y sólo para disuadirnos de abandonar, una ventana con una bonita vista a una pared porque la alegría en nuestra línea de trabajo es demasiado abundante como para soportarla. Así que, volviendo a los oncólogos hablando de la vida, una sabia colega con la que trabajo muy de cerca expresó una observación que había hecho:
“Me he dado cuenta de que, de todas las especialidades médicas, los oncólogos somos los únicos que no hacemos planes a más de un año vista”.
“Ah! Pues tienes razón”, respondió una doctora más joven.
“Puede ser que seamos mucho más conscientes de que las desgracias pasan sin avisar”. Continuó mi colega sabia.
Podríais pensar que se trata de una conversación de lo más deprimente para la hora de comer, pero nada más lejos de la realidad, ya que -y aquí estoy parafraseando a otra colega, esta vez de España- trabajar tan cerca de la muerte nos hace estar más cerca de la vida.
Así que, volviendo a la elaboración de planes, sería una suerte o una desgracia (según a quién se le pregunte) conocer la fecha exacta de nuestra muerte para poder invertir en consecuencia, perder el tiempo en una proporción adecuada y saber si tenemos que pensar qué queremos hacer realmente en la vida o no molestarnos en absoluto averiguándolo, ya que una carrera a largo plazo no está escrito en las estrellas.
Tengo un conocido que, cada vez que alguien menciona la muerte o la enfermedad, corta la conversación diciendo: “No necesitamos planificar funerales”, como si estas palabras fueran un conjuro mágico que aleja la muerte y el sufrimiento. Solía irritarme hasta que comprendí que, en efecto, las palabras se pronunciaban como un conjuro mágico, un conjuro inconsciente que sólo refleja el miedo de esa persona a su propio fallecimiento. Hoy en día, cuando oigo esa expresión, cambio de tema y pienso en secreto: “En realidad los funerales son lo único para lo que deberíamos estar planeando, ya que la muerte es la única certeza que tenemos”.
En un morboso experimento de google me tropiezo con esta página web https://www.death-clock.org/ que calcula cuándo morirá uno, teniendo en cuenta fecha de nacimiento, sexo, país (pongo el país en el que vivo, no el de origen), consumo de tabaco y alcohol, tipo de dieta y nivel de actividad. No hay opción de ex fumador, así que pongo “no fumador”. En cuanto al tipo de dieta y el nivel de actividad, sospecho que la opción “dieta excelente” significa comida 100% no procesada, sin azúcares refinados y posiblemente insípida, y la casilla “alto nivel de actividad” significa “estoy haciendo este test desde los Juegos Olímpicos de París, donde participaré en la maratón y tengo opciones de medalla”, así que para ser conservadora marco las opciones “buena dieta” y “moderadamente activa”. Luego, aquí viene la parte interesante, también tienes que introducir tu visión de la vida: “Hmm, vamos a ver”, pienso. “¿Me consideraría optimista, neutral o pesimista? Suicida definitivamente no”. Y para seguir por el sendero de la moderación que he elegido para la dieta y el ejercicio, defino mi perspectiva de la vida como “neutral”.
Estos son mis resultados. Me encanta el toque de lápida, la oportunidad de “invítame a un café” y el aviso de “envíanos tu reacción”.
Si vuelvo a hacer el test cambiando los parámetros de visión de la vida diciendo que soy pesimista, me encontraré con mi creador cuando tenga 81 años. Si soy optimista, retrasaré la fecha hasta los 102 años. Fascinante. Me hace pensar que quien tradujo la Biblia se equivocó en el Sermón de la Montaña (Mateo 5, 3-12), y que Jesús en realidad dijo: “Bienaventurados los optimistas, porque ellos heredarán la tierra” (ya que el resto la habrá palmado).
Ahora que sé que me quedan, más o menos, 42 años, creo que ya es hora de planificar cómo quiero morir. Es algo importante que hay que hablar con la familia y, a menos que muera en un accidente de coche, creo que puedo planificarme bien para conseguir las circunstancias ideales. En realidad, no confío mucho en los cálculos del reloj de la muerte ese de internet para la hora de mi partida final, ni puedo predecir la causa de la muerte (quizá esa sea una idea para otra página web), pero en este extraño juego de Cluedo al que estoy jugando, podría potencialmente elegir el lugar en el que voy a espicharla... Me imagino una casa cerca del mar (Mediterráneo), rodeada de pinos. El océano y los mirlos se encargarán de la banda sonora. Olerá a pino, lavanda y jazmín. Me sentaré en un gran sillón (de esos de terraza, de madera y con muchos cojines para evitar las úlceras por presión), y tendré cerca una mesita de cristal donde reposa mi último gin-tonic, con el hielo derritiéndose y las gotas de condensación formándose en el exterior. He pensado muchas veces que quisiera tener de fondo sonando un audiolibro, una voz suave (Hugh Fraser, David Suchet) o barítona (Matthew Berninger, Justin Vernon) leyendo “Muerte en el Nilo” y morirme mientras Hércules Poirot desenmascara al asesino (spoiler alert- hay dos asesinos en ese misterio) o escuchar algo de Billie Holiday. Pero no sé; quizá sólo quiera oír los pájaros y el mar. Ya veré cuando llegue el momento. Lo que sí quiero es una suave brisa acariciando mi piel. La brisa suave es una obra maestra de la naturaleza, su forma de abrazarte y besarte y peinarte tan dulcemente. El cielo me mostrará todos los azules que puede tener, y puede que oiga a alguien trastear en la cocina, ¿mis hijos que están de visita? ¿mi marido? ¿una enfermera?
En los últimos seis meses me he encontrado a menudo buscando casas que se ajustaran a esa descripción en un sitio web español llamado Idealista.com. El mercado inmobiliario está difícil. En caso de necesidad podría renunciar a la parte del mar, pero no a los árboles. Los pinos y el canto de los pájaros son imprescindibles. Lo bueno es que lo que parece el escenario ideal para mi muerte me parece el escenario ideal para mi vida también. Soy una persona muy eficiente. Me veo a mí y a C cocinando en esa cocina, leyendo libros, sentada en esa terraza, paseando entre los árboles y con los niños en casa el fin de semana. Invertir en una buena muerte probablemente dará grandes dividendos durante la vida.
Si habéis llegado hasta aquí, puede que estéis pensando que debería haber puesto en la página web esa del death-clock que mi visión de la vida es, de hecho, suicida. Por otro lado, podéis pensar que es un proyecto genial y ya estáis planeando vuestra propia muerte. Pero vamos, penséis lo que penséis, lo que importa en realidad es comprender que el tiempo no es infinito. He escuchado a tantas pacientes que lo que quieren es más tiempo cuando ya no les queda más. ¿Tiempo para qué? Pues para experimentar amor. Lo expresen como lo expresen, eso es lo que anhelan las personas que saben que se están muriendo. Puede ser que quieran más tiempo para encontrar el amor que creen que la vida les debe y no les ha dado; o más tiempo para amar a sus hijos pequeños lo suficiente como para llenar sus reservas de amor y que les duren toda la vida; o simplemente para sentarse y relajarse y amar lo que han construido y deleitarse en sus frutos.
Así pues, planificad vuestra muerte o no lo hagáis, mis pequeños saltamontes, pero yo sugeriría que no se nos vaya el tiempo haciendo planes. Simplemente empecemos a hacer las cosas que nos gustan con la gente a la que queremos, y hagámoslo todos los días.
Hace tiempo escribí sobre la primera vez que vi un hombre morir. Podéis leer el post aquí. Pero para terminar hoy, me gustaría enviaros al substack de
, donde hace una descripción despiadada, aunque exacta, de lo que les ocurre a los ancianos que acaban muriendo en un hospital. Y cómo le da un giro estremecedor al final:“Pero hay otro final.
Está relacionado con la belleza. Tengo la esperanza de que la belleza tenga la última palabra.”1
Yo también quiero belleza cuando muera, con cada fibra de mi cuerpo, desesperadamente. Miro al cielo tumbada en el jardín de mis padres, un cielo enmarcado por el verde de los árboles, y siento la cabeza de C apoyada en mi vientre que tiembla, sacudiendo su cabeza porque me está haciendo reír, y siento la brisa acariciando mi piel. Oigo un perro ladrando a lo lejos y el sonido de alguien cortando el césped (no es exactamente el mar), pero también oigo el piar de los pájaros, y pienso que esto es lo que merezco cuando muera: calma, y amor, y risa, y belleza.
Vuestra en divina (im)perfección,
Ana (ocióloga en prácticas)
PD: Fue el mayordomo en la biblioteca con un candelabro.
Traducción realizada con la versión gratuita de DeepL Translate.
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Gracias. 😊
Los autónomos vivimos con la incertidumbre clavada en la piel, peor que los oncólogos: nosotros no hacemos planes a más de tres meses vista, porque la declaración del IVA nos devora, nos agobia, nos quema...
Creo que soy de esas personas que prefiere no saber cuánto tiempo le queda, pero, aun así, a veces me olvido de ese consejo tan valioso que acabas de darnos: dejar de planear y empezar a vivir de verdad, haciendo lo que nos gusta con las personas a las que queremos de verdad. Me lo grabo a fuego. Gracias, querida Ana, por esos consejos tan buenos no solicitados 🩷