Mi jefe en The Soaring Twenties Social Club (STSC) nos dio dos instrucciones claras para este mes: escribir sobre deportes y tocar la hierba.
es un jefe muy liberal, nos deja interpretar la tarea como mejor nos parezca. Además, como no tienen por qué ser dos redacciones diferentes, aquí estoy yo, escribiendo sobre mi tipo favorito de tocar la hierba: correr.Pero antes de entrar en materia, permitidme que os cuente un poco sobre mis circunstancias actuales, porque nada dice ‘ser humano’ como despotricar sobre lo mucho que odio a los quejicas, para luego quejarme de lo mucho que apesta todo seis semanas después.
No recuerdo si ya os he contado o no que estoy buscando un nuevo trabajo. El caso es que, hasta ahora, he tenido un éxito patético. Creo que toqué fondo cuando fui a una entrevista, la clavé, sabía que estaba cualificada, y aun así no lo conseguí. La persona encargada de la contratación me dio la noticia por teléfono, explicándome las poco convincentes razones por las que no me habían elegido (siempre son poco convincentes, ¿verdad?), y menos de sesenta segundos después, recibí un correo electrónico automático de la plataforma de inteligencia artificial que gestionaba el proceso. Y aquí aparece la distopía en su estado más puro. El correo electrónico reiteraba la mentira que me acababan de decir, ya sabéis, eso de que ‘otra persona era más adecuada’1, para luego continuar alegremente2:
‘¿Cómo calificaría su experiencia al solicitar un puesto de trabajo en XYZ?
Sabemos que nunca es agradable recibir una respuesta negativa a una solicitud en la que se ha invertido tiempo y esfuerzo. Lamentablemente, no podemos ofrecer un puesto de trabajo a todos los candidatos, pero nos esforzamos por que todos los que solicitan un puesto en XYZ tengan una buena experiencia de selección. Estamos muy interesados en recibir tus comentarios anónimos y tus sugerencias sobre cómo podemos mejorar’.
Esto se merece un gran, no, un ENORME: ‘¿PERO QUÉ COÑO?!?!?!?!’.
Mientras estaba allí sentada, con lágrimas resbalando por mi rostro, leyendo el ofensivo correo electrónico en un estupor incrédulo, mi primer instinto fue soltar la respuesta obtenida en nuestra cuenta de Discord de STSC, porque nada mejor que una sala llena de humanos haciendo bromas sobre las tragedias de la modernidad para superar esas mismas tragedias de la modernidad. Mi grupo de apoyo no me defraudó y, en cinco minutos, me estaba riendo entre lágrimas de las respuestas satíricas a las estúpidas preguntas a las que todos nos enfrentamos en una entrevista de trabajo. Porque si el proceso de solicitud de empleo no es ya lo suficientemente degradante, la fase de la entrevista sin duda consolida su lugar como piedra angular en la caída de la civilización occidental. Todavía me río cuando leo esta respuesta de
:‘¿Cómo fue tu experiencia al ser rechazado por un proceso algorítmico deshumanizado? Tus respuestas ayudarán al proceso algorítmico a rechazar a las personas de una manera más personalizada, aunque sigua siendo deshumanizante’.’
Lo segundo que hice fue apagar el ordenador, coger mi bolso y volver a casa llorando y riendo a la vez, a los brazos acogedores de mi familia, llena de gente que no hace preguntas estúpidas como ‘¿Qué te motivó a solicitar el trabajo?’ o ‘¿Qué crees que puedes aportar a este departamento?’. Me sirvieron una copa de Nebbiolo y un plato de pasta perfecto, y me escucharon.
Al día siguiente, cuando la decepción se había reducido a furia, lo tercero que hice fue salir a correr.
Ya he escrito antes sobre mi pasión por correr, pero como tengo que escribir sobre deportes, voy a aprovechar para volver a escribir sobre el tema.
Empecé a correr distancias medias a los 16 años. Tras un largo parón, volví a correr por todos los motivos equivocados: adelgazar. A los 16 años ya era delgada, pero en la década de los 90, cuando el ‘heroine chic’ era el estándar de belleza, había que estar a dieta y quemar las calorías del McDonald's que pudieras comer de vez en cuando. A todas nos decían que una nunca podía estar ‘demasiado delgada’. Alguien debería haberle dicho a aquella chavala que correr no haría desaparecer su cuerpo ni le permitiría dejarlo atrás. Estoy segura de que mi madre me dijo muchas veces que a no había nada que corregir en mi aspecto, pero... ¿qué sabía ella? ¿Qué saben las madres, verdad?
Rara vez abro los viejos álbumes de fotos que mi madre atesora, pero cuando lo hago, no puedo evitar preguntarme por la niña que me devuelve la mirada. ¿Cómo podía pensar que no era hermosa?
Pasé mis veinte años corriendo, de forma muy irregular, ya que no encajaba con mi perfil de fumadora. Pero aún así, cuando la vida se volvía demasiado pesada y necesitaba dejarla atrás, aunque solo fuera por 40 minutos, me ponía las zapatillas y salía a correr, sintiendo el ardor en los pulmones, el corazón en la garganta, sintiéndome derrotada y preguntándome, a mis 28 años: ‘¿Ya soy demasiado mayor para esto?’.
Corrí una cantidad ridícula de kilómetros sobre la cinta de correr en un gimnasio de San Francisco, donde viví durante ocho meses cuando tenía 31 años. Correr por las colinas del la ciudad era imposible sin acabar con un pulmón perforado, así que corría en una máquina frente a una enorme ventana desde donde podía ver las nubes y dejar de hacerme las preguntas difíciles que me atormentaban en aquel momento: ‘¿Soy lo suficientemente buena? ¿Qué es esta idea del éxito que parece inalcanzable?’. Corría para combatir mi inseguridad. Por aquella época, alcancé a correr 10 km en menos de 45 minutos (y seguía fumando), una hazaña que quizá nunca vuelva a conseguir, pero eso no me importaba. Sólo corría para no llorar. Creo que fue entonces cuando experimenté por primera vez el subidón del corredor: mi mirada alternaba entre las nubes y los destellos de los cordones fluorescentes de mis zapatillas: uno, dos, uno, dos, uno, dos. Podía ver mis piernas entrando y saliendo de mi campo de visión: izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha. Estaba hiperconcentrada en el movimiento y el sonido de mis pies sobre la cinta: pum, pum, pum. El mundo era una mancha borrosa. Sentía el sudor goteando por mi nariz, mis piernas y mis pies, moviéndose de forma automática, desconectados de mi cerebro, que era sólo un espectador, observando las nubes, tarareando la letra de ‘Fuck You’ de Lily Allen, dejándose llevar por el ritmo de mi cuerpo.
Cuando volví de San Francisco, volví a correr con regularidad, pero esta vez no para escapar de mi vida, si no sólo por diversión; para experimentar mi cuerpo como verdaderamente mío y amarlo por lo que puede hacer: hacerme sentir eufórica con el movimiento o aliviar la punzada de un rechazo del que no logro liberarme razonando.
Esta es mi propuesta para el Simposio del Soaring Twenties Social Club. Somos un grupo de bohemios que compartimos ideas y compañerismo. Cada mes, los miembros del STSC creamos algo en torno a un tema, y el tema de este mes es «Deportes». Espero que lo hayáis disfrutado.
Claramente, yo era un regalo de Dios para este puesto.
Juro que lo he copiado y pegado del correo electrónico.
Creo que no hay mayor pesadilla que una entrevista de trabajo. Si te sirve de consuelo, en las dos últimas que hice (y que además me contactaron ellos espontáneamente por Linkedin) ni siquiera me llamaron para decirme que no me habían cogido. En cuanto pienso en lo difícil que es todo me entran los mil males y me encantaría salir yo también corriendo. Mejor dicho: me encantaría que me gustase correr, pero estoy obsesionada con no hacer sufrir al corazón (que ya tiene bastante con lo suyo). Es absurdo, ¿no, Doctora?
El algoritmo no sabe que no te rindes fácilmente y que las personas somos más pillas. Estoy convencida de que al final saldrá ese trabajo que buscas. Tienes una tenacidad a prueba de algoritmos... solo es cuestión de tiempo. Que no sea mucho...