Consultorio de la Dra. Ana, experta en consejos no solicitados.
Cómo adquirir habilidades post-apocalípticas.
Edadepiedrix, así estoy yo hoy.
Este post se inspira en parte en uno escrito por
, que podéis leer aquí. La idea de tener que adaptarse a la naturaleza siempre cambiante de esta sociedad que va a la deriva pasando de una “necesidad” a otra, siempre atendiendo a un público que no sabe lo que quiere, pero lo consume de todos modos, es la razón por la que me gustan los niños que dicen que quieren ser caballeros y princesas1, y sospecho de los que dicen que quieren ser YouTubers. Dios nos coja confesados si dentro de veinte años siguen teniendo esa opción para pagar las facturas.Lo paso fatal explicándole matemáticas a mi hijo.
Quiero decir F. A. T. A. L.
No es sólo que carezco de las habilidades necesarias para hacer que su cerebro en desarrollo capte conceptos abstractos de división y multiplicación. De hecho, una vez me quedo sin dedos, también me quedo sin recursos. Además, es sentarme con él a enfrentarnos a las multiplicaciones y vuelvo a tener su edad. Saca los deberes y, de repente, me veo transportada automáticamente a la clase de la Hermana Pilar (también conocida como la Hermana Pato), y mi autoestima y la confianza que me he ganado con sangre, sudor y lágrimas desaparecen de un plumazo.
Tuve que buscar en Google cómo utilizar un ábaco. Luego tuve que ver tutoriales en YouTube sobre cómo explicar conceptos matemáticos sencillos a niños de 9 años: “Si Isa, Charlie y Matteo tienen 60 coronas entre los tres, Charlie tiene 14 coronas más que Isa y Matteo tiene 5 más que Charlie, ¿cuántas tiene Isa?” La única respuesta que se me ocurre es que Isa, como era de esperar, se ha iniciado muy pronto en las enseñanzas del patriarcado y ya a la tierna edad de 9 años cobra mucho menos que sus colegas chicos. ¡Pues sí que empezamos pronto! Pero no voy a largarle una diatriba feminista a mi pobre niño; está luchando con las matemáticas, y no voy a hacerle luchar también contra el orden social y la brecha salarial y echar en la mezcla la noción de la importancia de sindicalizarse. Sí, necesito centrarme. Además, en mi enrevesadísimo cerebro, estoy segura de que a los nueve años no está preparado para entender el concepto de ecuaciones de primer grado. Si mal no recuerdo, yo tuve que luchar con ellas a los doce. Seguro que la profe copió los deberes del libro equivocado. Ya empiezo a sentir pavor a las derivadas. De hecho, pensar en ellas hace que se me erice la piel y que mi estómago se revuelva.
Lo que odio más que explicar matemáticas a mi hijo es oír a mi marido explicárselas. Oigo a C decir cosas que me parecen tremendamente confusas. Y luego oigo al pobre P diciendo: «Ajá, ajá...». Y sé que asiente, no por comprensión, sino por aversión a la idea de que C repita lo que dice si confiesa que no tiene ni idea de lo que habla su padre. Me atrevo a interrumpir la explicación de C: “C, esto no tiene ningún sentido. Estás complicando demasiado las cosas y me doy cuenta de que P no entiende nada.” Para mi disgusto, la reacción de C es, por supuesto, pronunciar las palabras más aborrecibles: “¡Pues hazlo tú!”
Sabía que iba a decir esto, pero alguien tiene que rescatar a mi hijo del discurso mental matemático inconexo de su padre. Ahora tengo que hacer los deberes de sueco Y de matemáticas. Sólo sé que también tendré deberes de biología porque he oído a mi marido hablar de DNA y RNA, y como es biólogo, estoy segura de que no podrá contenerse y empezará a hablar de cómo las modificaciones del RNA se conservan evolutivamente, de cómo los transposones son elementos retrovirales endógenos del DNA y de cómo el viejo paradigma de que el DNA es la molécula de la vida no es cierto (es el RNA, gente, pero tranquilos que no voy a entrar en materia). Sí, la Ciencia es su amante.
Mis dificultades con los deberes de mis hijos y el panorama geopolítico internacional me han hecho reflexionar sobre la utilidad de lo que mis hijos aprenden en la escuela. ¿Les salvarán estos conocimientos en la era post-atómica? Por si acaso, les estoy enseñando a coser, porque puede que las ecuaciones de segundo grado no sean útiles en lo más profundo del invierno apocalíptico que veo venir, pero coser tu maltrecho abrigo para asegurarte de que dure una temporada más, puede que sí. Además, he apuntado a P a los scouts, y CA y E también se apuntarán en cuanto cumplan ocho años. Alguien tiene que ser capaz de cortar leña, hacer fuego y cazar animales salvajes para mantener a sus ancianos padres en el futuro distópico que imagino.
Pues bien, ese futuro distópico que imagino tiene mucho que ver con el enfoque que el hombre moderno tiene de la infancia y la vejez. Da la sensación de que todo el mundo quiere llegar rápido a la veintena (máximo a principios de los treinta) y quedarse ahí, bañándose eternamente en la piscina de la independencia y la falta de cargas y responsabilidades. Poniéndose cremas para no parecer nunca nunca nunca viejos, tonificando sus músculos mientras teclean mensajes a sus seguidores con sus uñas acrílicas imposiblemente largas, batiendo sus pestañas de poliéster a lo rapunzel o mostrando su último tatuaje sin sentido, algún carácter chino que creen que significa «Salvaje e intrépido» (insertar emoji con ojos mirando para arriba) pero que muy probablemente significa «carácter chino genérico como muestra al azar para el ojo inexperto del analfabeto».
Lo sé, lo sé... Parezco uno de esos ancianos que agitan su bastón en el aire diciendo: «En mis tiempos los jóvenes...», y no es cierto, en su mayor parte. Me gusta la mayoría de los jóvenes que conozco. Pero parece que Internet se empeña en mostrar un futuro en el que los niños y los ancianos no tienen espacio. Mi teoría es que se debe a que Internet tiene una misión: impedirnos comprender dos de las características más definitorias de la humanidad: la fragilidad y la necesidad de los demás. Y lo que nos vende Internet lo compramos via Amazon Prime. Ya os conté en otro post que mi idea del Infierno es tener que ver tutoriales de maquillaje infinitamente , así que parece que mi papel como el profeta del Apocalipsis va tomando forma.
Ahora bien, no voy a escribir sobre cómo la sociedad odia a los viejos; hay tantos otros escritores maravillosos en esta plataforma que lo han dicho mejor de lo que yo podría hacerlo jamás. Echad un vistazo
en particular que me encanta. Este post en concreto es un buen comienzo.Sin embargo, me gustaría tocar el tema de que a la sociedad no le gustan los niños. Es un fenómeno curioso que se observa sobre todo en los restaurantes. Por suerte, no lo observo a menudo, ya que Suecia es un país muy “family-friendly.” Pero es una lucha continua cuando vuelvo a casa, a España o Italia, donde ir a restaurantes con un niño en pañales podría retransmitirse como un episodio de Al Filo de lo Imposible.
Entiendo que algunas personas quieran disfrutar tranquilos de comidas por las que han pagado sin escuchar a niños molestos decir “caca, culo, pedo, pis” en la mesa de al lado, pero si uno es sincero consigo mismo, eso no ocurre tan a menudo, y los padres normales les dirán a sus hijos que hay un momento y un lugar para los chistes de caca y la hora de comer y los restaurantes no lo son. Además, es un precio bajo a pagar por nuestro futuro (luego viene más sobre esto).
La otra forma de mostrar desdén por los niños es la de los padres que tienen hijos y los enganchan a sus iPads (con auriculares, ¿¡hola!?) y piden el menú infantil cuando hay platos maravillosos que se pueden pedir en porciones más pequeñas para que los niños exploren nuevos sabores. ¿Por qué pedir pasta con salsa de tomate (que pueden suelen comer en casa cuando no te me apetece en cocinar) cuando podrían probar un poco de pad-thai con gambas? A veces es difícil que salgan de su zona de confort, pero ver cómo se estanca su curva de aprendizaje es muy triste, ¿no? Pero tranquilos, si sois uno de esos padres de pasta con tomate, vosotros a lo vuestro y (mentalmente) mandadme a la porra que yo no me ofenderé.
Sin embargo, por el amor de Dios, no, y quiero decir NUNCA, JAMÁS, vayáis a un restaurante y enganchéis a vuestros hijos a un iPad con auriculares para aislarlos de cualquier interacción humana mientras vosotros mantenéis vuestra “agradable conversación de adultos.” Participar en la conversación durante la comida es mucho más educativo que las ecuaciones de segundo grado, tanto para los niños como para los mayores. Los niños tienen esa forma de hacer preguntas que nos permite recalibrar nuestros pensamientos y puntos de vista. Tienen una forma de ver matices que nos abren los ojos a otras ideas y posibilidades. No voy a decir que mantengo conversaciones profundas con mis hijos «a lo Kant», pero al menos me lo paso muy bien charlando con ellos, y los buenos momentos hay que cultivarlos. Cuando converso con mis sobrinos ya mayores (cuyos padres también les enchufaron a la vida tal y como sucedía), me parece que las penas de la crianza merecen el esfuerzo. Mis sobrinos son INTERESANTES.
Ahora, regresemos al futuro. La cuestión es que, tengáis hijos o no, los niños en general SON vuestro futuro, distópico o no. Y a menos que os planteéis palmarla antes de llegar a los cuarenta (que parece ser el plan, a juzgar por los tutoriales de cuidado de la piel antes mencionados), necesitaréis que otros adultos os ayuden. No tengo previsto que mis hijos me cuiden en la vejez. Por eso estoy ahorrando un montón de dinero para pagarme una residencia de lujo en caso de que no pueda cuidar de mí misma. Yo no soy el futuro de mis hijos. Pero me imagino este centro de cuidados de lujo con un gran plantel de enfermeras, personal de limpieza, expertos en mantenimiento de piscinas, masajistas, manicuristas e instructores de yoga. Todas estas personas tendrán entre 20 y 55 años... así que resulta que los hijos de OTRAS PERSONAS son MI futuro, y también el vuestro, mis pequeños saltamontes. Invierto en mi futuro garantizando la participación de los niños en la sociedad hoy. Es la única manera de que se conviertan en adultos resilientes y empáticos.
Así que dejo aquí el consejo que os doy, ese que no habéis pedido, para que lo cojáis, de gratis y sin compromiso:
No puedes quejarte de si los jóvenes son vagos o jetas si no has contribuido en modo alguno a su educación.
Así que sé amable. Sé parte de la comunidad que todos necesitamos.
Por mi parte, hago todo lo que puedo con mi prole, que muchas veces se queda corto porque sólo soy humana. En cualquier caso, tened por seguro que posiblemente uno de ellos será cuidador en la residencia de ancianos a la que vayáis a parar, y les estoy enseñando a distinguir a las personas amables de las gilipollas, para que usen papel higiénico que raspa cuando limpien el culo de estas últimas. ¿Qué os parece esta habilidad post-apocalíptica?
Vuestra en divina (im)perfección,
Dra. Ana
Experta en consejos no solicitados
PD:
escribió un post muy apropiado sobre el tema de invertir en los niños. Lo enlazo aquí y también más abajo; no os lo perdáis.Si quieren ser caballeras o princesos me parece genial también. Lo que hay detrás de esta afirmación es, sin más, que me gusta que los niños (masculino universal) sean eso, niños, y que su mundo de fantasía incluya dragones, aventuras y curiosidad. Me siento hasta rara teniendo que hacer aclaraciones, pero este es el mundo en el que vivimos, el de sentirse ofendidos o tener que explicarse (un poco demasiado). Creo que podemos estar de acuerdo que jugar a ser YouTubers no mola tanto como jugar a entrenar dragones.
Hola Ana
És la primera vegada que llegeixo un dels teus articles. Subscric i espero llegir-ne molts més d'aquest nivell.
Has tocat una cosa que m'espanta a diari - els pares que acompanyen als seus fills i estan enganxats al móbil o al ipad o el que sigui. Més que qualsevol altre efecte, crec que aquesta desconnexió dels éssers íntims és el més nociu.
Sóc força penjat a la pantalla - com tots - però sempre he tingut temps de connectar amb els meus familiars i amics, i sobretot els meus fills. Veure els pares teclant sms al parc quan els seus petits estan reclamant afecte és tristíssim.
Ana: No tengo hijos y antes de leerte habría jurado que hoy el mundo era más inclusivo y respetuoso con los niños, que ya no habían esos espacios y momentos solo para ellos o solo para adultos... Lo que sí he visto es mucha pantalla en la gran mayoría de chicos fuera de casa, o a la hora de comer, o cuando se necesita silencio, pero no había reparado en la relación que tiene eso con el deseo de "no molestar" al otro, o a veces de no molestarse a sí mismo, pero sinceramente al no tener hijos, siento que no he adquirido el derecho de opinar (eso también he escuchado). Me quedo pensando en cómo podemos ser más inclusivos con los peques y lo que dices de integrarles a la vida a través de los sabores... No puedo estar más de acuerdo! La felicidad que sentí hace unos días viendo a mi sobrina de 3 años probar ramen y disfrutarlo, fue única. Ahora entiendo por qué me llamó tanto la atención. Te mando un abrazo!