Tengo un armario en mi cerebro donde guardo curiosidades que he visto o leído y los pensamientos que han despertado. Lo mantengo cerrado la mayor parte del tiempo, dejando que los pensamientos acechen en la oscuridad, sin ser pensados, enmoheciéndose, creciendo polillas de la nada. Pero estamos en marzo, y pensé que podría hacer una limpieza general: ventilar las habitaciones, hacer inventario y, lo más importante, permitirme pensar los pensamientos. Descartar las curiosidades o conservarlas, como mejor me parezca. Al igual que las hermanastras de Cenicienta también merecían bailar, mis polillas pueden no ser mariposas, pero aún así merecen la oportunidad de volar.
Abro la puerta y ahí están: ideas, mirándome fijamente. Cuatro parecen ser familia, tan parecidas se ven cuando se colocan una al lado de la otra.
El arte es más importante que las matemáticas.
La imaginación es más importante que el conocimiento.
Ya no tenemos artesanía.
Todos deberíamos practicar la alquimia.
Recogí estas ideas mientras leía a un escritor contemporáneo u otro, observando las reflexiones de algún líder ideológico en Internet, o escuchando a algún iluminado que se ha autoproclamado experto del cambio social. Estas ideas son tan profundas que parecen tener cerebro propio. Civilizaciones enteras se han construido sobre ellas. Me hablan de una época en la que caminábamos por la Tierra sin comprender realmente cómo funcionaba nada —el universo, el mundo natural, la evolución, la biología, las enfermedades— y, sin embargo, de alguna manera, la vida seguían su curso. Y creábamos belleza para que todos la disfrutaran: edificios, vidrieras, esculturas, joyas, ropa. Como la ciencia aún no existía, todos podíamos ser artistas: poetas, músicos, escritores y filósofos.
Son cuatro ideas que me hablan de un anhelo por los viejos tiempos, cuando la artesanía prosperaba, Amazona era una mujer guerrera y morir de tisis era el paradigma del romanticismo.
En los viejos tiempos los alquimistas buscaban la piedra filosofal, la eterna juventud y trataban de transmutar la materia. El anhelo por la eterna juventud1 en aquella época debía de ser una búsqueda mucho más noble que en la actual, donde odiamos por igual a las mujeres que usan Bótox y a las mujeres que aparentan su edad2.
¡Ah! Los viejos tiempos, cuando nadie estaba obsesionado con el dinero. La fijación de los alquimistas por convertir el plomo en oro no tenía que ver con la codicia, por supuesto. Era simplemente un aprecio refinado por los objetos brillantes.
¡Ah! Los viejos tiempos, cuando personas de cualquier estrato social se sentaban alrededor del fuego para leer un libro3 y los fines de semana y las vacaciones de verano eran sagrados4.
¡Ah! Los viejos tiempos, cuando la salud pública no era un concepto, mucho menos una ciencia, y nadie nos agobiaba con esas molestas leyes sobre higiene y salubridad. Qué palabra tan poco poética, salubridad. Los poetas no necesitan ni higiene ni salubridad, flotan en el aire, moviéndose de una cosa sublime a otra, sin tiempo para movimientos intestinales ni necesidad de alcantarillado.

Reflexiono sobre la vieja máxima de que “el Arte es más importante que la Ciencia” mientras viajo en uno de los nuevos autobuses eléctricos que nuestro municipio insiste en financiar con nuestros impuestos. “Aire limpio para todos”, lo llaman. Un caballo y un carro: ese es un medio de transporte por el que pagaría con gusto. Nada como los buenos carruajes de antaño para transportar a la gente, y seguro que los caballos agradecen ser útiles cargando nuestro peso de aquí para allá.
Pondero todo esto mientras el sonido de una sirena de ambulancia resuena en el aire. Como se había anunciado, tres segundos después, el vehículo de emergencia pasa zumbando a una velocidad del demonio. Un caballo y un carruaje serían mucho más agradables para transportar a los enfermos. Además, ¿para qué tanta urgencia por llevarlos al hospital? ¿Para salvarles la vida? La gente está demasiado apegada a su existencia en estos días.
Digamos que la persona en la ambulancia está sufriendo un ataque al corazón; apuesto a que probablemente está luchando contra los médicos que desesperadamente le están manteniendo con vida. “¡Dejadme ir! ¿Qué es la vida sino un valle de lágrimas? ¡No quiero nada de esto! ¡Dios me está llamando a cosas mejores!” Me lo imagino pensando, incapaz de expresarlo porque la máscara de oxígeno le estorba.
Es curioso cómo los científicos descubrieron cómo atrapar el oxígeno en tanques solo para ofrecer aire a los que se quedaron sin aliento. En los viejos tiempos, los habrían quemado en la hoguera, ¡y bien merecido! “Nadie quiere vuestra ciencia, ¡nosotros tenemos arte!” habría gritado la multitud mientras las llamas rugían, alimentadas, por supuesto, por oxígeno.
“¡Qué gran verdad! ¡El Arte es más importante que la Ciencia!” pienso. Estas reflexiones suenan como música de fondo mientras le digo a una paciente que, sí, tiene cáncer de mama, pero que nuestro objetivo es curarla. Y podemos hacerlo, porque la ciencia ha buscado incesantemente tratamientos que funcionen. Además, el dinero de los contribuyentes, al que ella aporta anualmente, cubrirá el tratamiento, así que cuando termine no se verá curada y en bancarrota.
Esto, por supuesto, me hace añorar los viejos tiempos, cuando los pobres dependían de la caridad, lo cual estaba bien, la verdad. La peña moría más rápido. Sólo los ricos podían permitirse las sangrías altamente efectivas de los médicos, tanto físicas como financieras, y sus familias sólo podían rezar que de todo aquello les quedara algo de herencia.
El marido de mi paciente, sentado a su lado, cogiéndole la mano, deja escapar un fuerte suspiro de... ¿alivio? Vaya, este tío es un actor fantástico. Mientras se seca discretamente las lágrimas, nadie adivinaría lo que sé que realmente está pensando. En el fondo, desearía volver al siglo XIX, cuando su esposa no pudiera curarse y él pudiera pasar el resto de sus años como un viudo desolado, llorando la trágica pérdida de su mujer. Incluso podría contraer un buen ataque de tuberculosis mientras tanto. Nada dice “arte” como quedarse tísico perdido mientras dedicas tus poemas a tu musa muerta.
¿Y qué mejor lugar para pasar a mejor vida que en uno de esos encantadores asilos para tuberculosos con su arquitectura maravillosamente sinuosa5? Uno realmente podía morir con estilo en los viejos tiempos. Aún mejor si el asilo estaba escondido en alguna hermosa montaña suiza, ya que, en los viejos tiempos, eso era precisamente lo que recomendaban los médicos: “unas vacacioncitas en Suiza te irán de maravillas para esa tuberculosis”. El dinero podría ser un problema, por supuesto, pero una no puede preocuparse por detalles mundanos mientras se pierde en ensueños poéticos sobre los buenos viejos tiempos.
¡Sí, hagamos que la tuberculosis vuelva a estar de moda! Me han dicho que la gente en países en vías de desarrollo todavía muere de tisis porque no pueden pagar los medicamentos. ¡Ah, qué bonito! Debería enviarles tinta y plumillas para que puedan escribir cartas de camino a la tumba.
Tengo que confesar que me encantan los viejos tiempos. Preguntadle a mi madre; ella puede dar fe de mi anhelo por una época en la que todo parecía simple y placentero, una época que sólo existe en los libros.
Solía soñar despierta en voz alta, diciéndole que me gustaría ser Elizabeth Bennet o Anna de las Tejas Verdes. Y de vez en cuando, ella se veía obligada a despertarme de mi sueño para recordarme que en los viejos tiempos no existían las vacunas ni los tampones, que más o menos podía olvidarme de estudiar medicina y que, francamente, el mundo tenía muchos más Mr. Collins que Mr. Darcys en oferta.
Aun así, los viejos tiempos suenan tan atractivos, cuando el arte y la ciencia se entrelazaban tan estrechamente que nadie sabía dónde terminaba una y empezaba la otra. Una época en la que los artistas aprendían anatomía para dibujar el cuerpo humano a la perfección, y dominaban la física y las matemáticas para construir edificios que parecían aéreos: iglesias con agujas que insistían en acercarnos al Altísimo. Una época en la que los científicos se abrían camino a tientas en la oscuridad, en busca de comprensión, y construían novedosos instrumentos para observar las estrellas y contemplar microbios6.
Pero cuando oigo “El Arte es más importante que la Ciencia”, me pregunto qué tipo de persona hace una afirmación tan categórica y se queda tan ancha, tan satisfecha de sí misma, como si realmente hubiera dicho algo inteligente o, peor aún, profundo. Pienso: “¿Existe aquí una jerarquía que no conocía?” Y reconozco que este tipo de afirmaciones completamente absurdas posiblemente se deban a la frustración por el constante descuido de las artes por parte del sistema educativo, y a que la tecnología lo ha invadido todo haciéndonos añorar un pasado más tranquilo y sosegado. Lo entiendo, pero eso no hace que la afirmación sea más cierta o menos estúpida.
Por otro lado, la sentencia “La imaginación es más importante que el conocimiento” me hiela la sangre porque es una gran mentira. El conocimiento precede a la imaginación. La imaginación de los niños se basa en lo que ya saben; por eso la lectura informa la mente proporcionando las herramientas para imaginar otros mundos, otras personas. Nadie imagina unicornios sin conocer antes caballos y cabras (o vacas). Nadie imagina monstruos de tres patas sin ver antes lo que es una pata y saber que sirven para caminar. Nadie imagina sinfonías sin reconocer previamente notas y ritmos.
Por otra parte, en “los buenos viejos tiempos” había artesanía de verdad. No como ahora.
mencionó el una de nuestras conversaciones en el Soaring Twenties Social Club:“Tengo que admitir que me está costando mucho no perder los papeles con todas las publicaciones de ‘ya no tenemos artesanía como la de antes’ que muestran alguna pieza aristocrática de ebanistería barroca, o lo que sea, de museo.
‘NOSOTROS’ no teníamos esa artesanía en aquel entonces, la gente rica sí. ‘NOSOTROS’ teníamos simples armarios y cajones hechos en casa y TÚ puedes hacerte los tuyos si quieres. ‘NOSOTROS’ todavía tenemos esa artesanía. ¿Vas a pagar TÚ 4000 dólares para que un artesano te talle a mano un armario de nogal?”
Lo que me reí al leer esta verdad tan obvia a la gente parece tan ajena. Veréis, la artesanía no está en oferta en Amazon ni en IKEA, que es donde la mayoría de la gente parece estar comprando todo estos días. Pero la buena noticia es que la podéis comprar si queréis pagar el precio7.
Para acabar mi reflexión sobre todas estas ideas, y ya que voy a dejar la ciencia para dedicarme al noble arte de la alquimia, decidí leer un poco sobre el tema para que vosotros no tengáis que hacerlo. Encontré este párrafo de la Enciclopedia Británica muy esclarecedor:
Objetivos de la alquimia: “Transmutación” es la palabra clave que caracteriza a la alquimia, y puede entenderse de varias maneras: en los cambios que se denominan químicos, en los cambios fisiológicos como el paso de la enfermedad a la salud, en una esperada transformación de la vejez a la juventud, o incluso en el paso de una existencia terrenal a una sobrenatural. Los cambios alquímicos parecen haber sido siempre positivos, sin implicar nunca degradación, excepto como etapa intermedia en un proceso con un “final feliz”. La alquimia tenía como objetivo los grandes “bienes” humanos: riqueza, longevidad e inmortalidad.
Supongo que uno podría ser alquimista hoy en día estudiando física nuclear o medicina, o dedicándose a proveer Bótox si luego practicase un poco de meditación trascendental matutina y frecuentara ciertos salones de masaje tailandés.
En mi búsqueda de los buenos viejos tiempos y del alquimista moderno, la suerte quiso que conociera a alguien que conocía a uno. El abuelo de
era médico y dejó una fórmula para un medicamento tipo Viagra que, al parecer, intentó comercializar. Según Jeanne, era una mezcla de vitaminas y sulfato de metanfetamina. Me pregunto por qué no tuvo éxito. Al menos ahora sé de dónde saca Jeanne su talento.A mí también me gusta escapar a una realidad alternativa cuando la que estoy viviendo se vuelve demasiado pesada. Por eso leo libros; para eso se inventó el arte, ¿no? Y lo admito, esta realidad en particular en la que vivimos ahora deja bastante que desear. Pero intentar retroceder al pasado sólo porque el presente necesita mejorar es tan sensato como recuperar los cinturones de castidad y deshacernos de los sistemas de alcantarillado.
Por último, y ya que vamos a hacernos todos alquimistas, si la riqueza, la longevidad y la inmortalidad son los bienes humanos supremos, si eso es lo máximo a lo que podemos aspirar, entonces realmente hemos perdido el rumbo.
Esta entrada forma parte del simposio Soaring Twenties Social Club con el tema “Limpieza General”. No tenía nada “viejo” de lo que deshacerme, ya que suelo publicar todo lo que escribo, posiblemente de ahí que mis ideas parezcan inconexas la mayor parte del tiempo. Pero gracias por asistir a la purga de algunos pensamientos.
La verdad es que no se les puede culpar. En 1900, la esperanza de vida media de un recién nacido era de 32 años. Puedo entender la obsesión por la longevidad si sabes que hay muchas posibilidades de que no vivas cumplir los 40.
El componente principal del maquillaje en los viejos tiempos era, sí, lo habéis adivinado, el plomo. Fuente.
La tasa de alfabetización en Inglaterra en la década de 1640 era de alrededor del 30 por ciento para los hombres, y aumentó al 60 por ciento a mediados del siglo XVIII. En Francia, la tasa de alfabetización en 1686-90 era de alrededor del 29 por ciento para los hombres y del 14 por ciento para las mujeres, antes de aumentar al 48 por ciento para los hombres y al 27 por ciento para las mujeres. Fuente. Una puede imaginarse a las hordas de personas leyendo libros en los viejos tiempos. Al parecer, todos éramos gente educada en aquel entonces.
Las vacaciones pagadas se introdujeron en Europa alrededor de la década de 1930. No tan “viejos tiempos”.
Estoy de acuerdo en que la arquitectura civil viene siendo horrible desde los ‘60. Deberíamos hacerlo mejor y formar a los arquitectos para que no olviden el lado artístico de su trabajo.
Que conste en acta, los científicos de hoy en día siguen inventando nuevos métodos para observar las estrellas y estudiar los microbios.
Aquí podéis derrochar un poco en artesanía (no patrocinan este post, ni nada mío):
https://carpinteriasantaclara.com
Tus ideas en este escrito son para leerlas, como mínimo, tres o cuatro veces para compreder, o al menos, para yo comprender todo lo que tratas de transmitir...., però m'ha agraden les teus conclusions finals i amb elles me quede. T'estime.
No sé si hemos perdido el rumbo o acaso alguna vez lo tuvimos… Grande, Ana. Como siempre. 🩷