“Podemos ser profundas, inteligentes Y vanidosas, si eso es lo que queremos”.
CL, 43 años, profunda, inteligente Y guapa.
Hace poco tuve una conversación con mi amiga CL, que comentaba la necesidad muy común y poco saludable de vincular una elección a una identidad. Mencionó que muchas mujeres han decidido no teñirse el pelo, y cuando lo hacen, a menudo juzgan a las mujeres que siguen tiñéndose tachándolas de “esclavas del sistema”, como si las mujeres verdaderamente liberadas tuvieran que dejar de teñirse el pelo. CL, una mujer muy inteligente y liberada que se tiñe el pelo, tiene una forma encantadora de señalar los defectos de los humanos y diseccionarlos de camino al trabajo. Yo misma dejé de teñirme el pelo a los 40, no por feminista, sino porque ya no lo soportaba más. Ese era un hábito que no me merecía la pena ni en tiempo ni en dinero. Cuando CL me contaba todo esto, me entraron ganas de comprar tinte. Conozco estos impulsos; siempre surgen cuando alguien dice : “Si eres A, deberías hacer B”. Tuve el impulso de ponerme tacones hasta para dormir después de leer este post de la magnífica
y el deseo de llevar perlas con camiseta, vaqueros y mis Converse cuando alguien me dijo que las perlas eran para pijas. Si lo hice o no no viene a cuento ya que de lo que he venido aquí a hablar es de nuestras aparentes contradicciones y del feminismo. Que conste que soy superficial y profunda todos los días de mi vida, la mayoría de las veces simultáneamente.Parece que nos cuesta definir lo que es el feminismo, así que empecemos por definir lo que no es. El feminismo no es un partido político, no es una sesión de fotos y, desde luego, no es un estilo de moda. Una vez aclarado esto, dejadme que os cuente una historia.
Sigo dos religiones1, el catolicismo y el retinal2, la primera fielmente, la segunda devotamente. Confesaré que, por mucho que crea que Cristo es Dios y que la Virgen María es una figura clave en la historia de nuestra redención, no voy mucho a la iglesia (o muy poco). El retinal, por otra parte, no creo realmente que funcione, pero lo aplico con la misma constancia con la que el sol sale por el este y se pone por el oeste. Alguna vez he tenido problemas con mis hábitos, cuestionando su validez, pero con éste, nunca. Llamadme tonta, pero hay algo en aplicarme una crema cara en la cara que me hace sentir guapa, incluso cuando veo que las arrugas se apoderan de mí y mi rostro empieza a mostrar los signos de 45 años de gravedad. Sigo mi rutina que a lo largo de los años ha cambiado de contenido pero nunca de formato. Hoy en día, por las mañanas aplico vitamina C y protección solar; por la noche es el turno del retinal y algún tipo de ácido hialurónico. Hace veinticinco años, me ponía en la cara la misma loción Nivea que usaba para el cuerpo porque, además de vanidosa, era pobre.
A medida que veo cómo la menopausia me ronda sigilosamente y observo cómo mi lozanía , mi brillo y, llamémoslo por su nombre, mi belleza se desvanecen, también me he dado cuenta de que otros rituales han empezado casi desapercibidos hasta convertirse en una segunda naturaleza. ¿Cuándo empezó la máscara de pestañas a ser mi sombra? ¿Por qué me pinto la raya del ojo para sentarme en casa a estudiar? Y no puedo evitar maravillarme ante la satisfacción que siento al lavarme las manos en el baño y observar en el espejo que he hecho el esfuerzo. La emoción cuando me veo en la cámara de seguridad del supermercado y compruebo que “Yoncé filling out this skirt. I look damn good, I ain’t lost it”.3
Todas hemos oído estas cosas: las mujeres sabias no llevan tacones, las mujeres que no se tiñen el pelo son más auténticas, las mujeres se maquillan para atraer la mirada masculina, y una larga lista de etcéteras que dicen más de la añoranza de las personas que pronuncian las palabras que de la falta de perspectiva de las mujeres que realizan los actos. He observado este fenómeno disfrazarse bajo el nombre de feminismo, y así, convertirse automáticamente en una verdad incuestionable. Algunas personas han transformado un movimiento que originalmente se definía como la creencia en la igualdad social, económica y política de los sexos4, ni más ni menos, en este culto de virtuosismo en el que se supone que hay que cumplir ciertas expectativas para encajar o, de lo contrario, ser excluida.
Señoras y señores, yo quiero ganar lo mismo que mis colegas masculinos, quiero que mi voto cuente lo mismo y que se me reconozca el mérito. Sin embargo, no me apunté a una secta, y puede que diga o no cosas inteligentes mientras llevo tacones, pero os aseguro que los argumentos que planteo no son automáticamente más válidos porque los grite mientras llevo zapatos planos, con la cara lavada y el pelo gris, añadiendo la palabra patriarcado a la mezcla.
Los muchos cambios de estilo de vestir por los que he pasado no han sido documentados en Instagram así que he podido despojarme de las supuestas diferentes identidades que he tenido y tal vez sólo mi madre y mi mejor amiga se dieron cuenta. Pero hoy en día todo esto tiene una mayor relevancia, y parece que seguimos sometiendo a las mujeres un nivel de exigencia diferente (supongo que no hay sorpresas al respecto), como se puede ver en el escrutinio al que nos enfrentamos, incluso en nuestra forma de vestir y en lo que esto dicen que dice de nosotras. Por lo visto, todo lo que decimos, hacemos, vestimos y comemos transmite algún tipo de mensaje a las masas. Todo se lee como si fuera una especie de declaración de misión vital. Y durante todo este tiempo, nadie se ha parado a reflexionar sobre el porqué de esta obsesión. Colega, esto es sólo un peinado, y esto son sólo zapatos, y además es lunes por la mañana, así que dame un respiro.
Dado que nuestro vestuario, maquillaje, zapatos y estilo de vida probablemente definirán quiénes somos para el mundo, me pregunto si esta no es la verdadera tragedia de la mujer moderna: ¿cuáles deberían ser mis elecciones para que la gente haga las mínimas suposiciones sobre mí? Parece tan maternal con esos vaqueros de tiro alto y las zapatillas blancas; probablemente sea una ama de casa, poco intelectual, pero amable. Esa minifalda es toda una declaración, ¿a su edad? debe ser un zorrón. Parece tan ambiciosa con ese traje negro; seguro que no hay ni un ápice de ternura en su cuerpo, debe ser muy inteligente. Yo tengo (y llevo) vaqueros de tiro alto, faldas cortas y pantalones de traje negros... ¿debería hacerme un chequeo por esquizofrenia? Que conste que se puede ser ama de casa y feminista, zorra y feminista, ambiciosa y feminista y, lo que es más interesante, se puede ser gilipollas y feminista. La suerte quiso que las mujeres fuéramos seres complejos y polifacéticos. Además, hay que saber que todas estas suposiciones sobre quiénes somos dadas nuestras elecciones particulares sobre nuestro aspecto son una cosa y sólo una: cotilleo.
Temo por mi hija, cuyo futuro está en una sociedad intrínsecamente ligada a internet y las redes sociales. En Internet, eliges una vez, y de repente perteneces a una categoría de la humanidad y sólo a una. Las masas no pueden concebir que puedas cambiar de opinión o, peor aún, tener dos ideas en la cabeza al mismo tiempo. La mente colectiva implosionaría si una dijera que es poeta y matemática, o peor aún, feminista que lleva zapatos de tacón y a la que le gusta que los hombres le abran la puerta.
Supongo que así es la naturaleza humana; no tiene nada que ver con el patriarcado; tiene que ver con nuestro impulso inherente de comunicarnos y con la tragedia de que la mayoría de nosotros no tenemos realmente mucho que decir, así que hablamos de lo que otros dijeron o hicieron o no dijeron o no hicieron, y lo encajamos todo perfectamente en casillas tratando de dar sentido al mundo. Un ejemplo con el que todos podemos identificarnos: Eva hace tal cosa, y María le tiene que contar a Pepa lo que Eva hizo porque “¡menuda hipócrita!”. Ahora amplifíquémoslo con cualquier red social. Esto podría ser un drama para Eva, a menos que Eva sea la verdadera dueña de su destino y todo esto le importe un carajo. La desgracia también llega para María, que ahora tiene que guardar las apariencias para ser percibida por siempre jamás como el faro de la rectitud, un papel al que se encadenó ella misma. Leí en un artículo para un trabajo de mi curso de Salud Pública que los que infligen el acoso en internet presentan tantos síntomas de depresión e insatisfacción vital como las víctimas5, quizá sea por eso. Pero, ¿y Pepa? ¿Cómo está influyendo en su cerebro el consumo de todos estos cotilleos y la caracterización de las personas a partir de hechos triviales? ¿Cómo nos afecta todo esto a nosotros, los consumidores?6
Alguien dijo: “Las grandes mentes discuten ideas, las mentes medias discuten acontecimientos y las mentes pequeñas discuten personas”. No me extrañaría que las grandes mentes y las mentes medias hablaran también de personas; al fin y al cabo, cotillear tiene algo de delicioso, pero yo diría que se trata más bien de equilibrio, proporción y lugar (o compañía). Si sólo hablas de personas, las grandes mentes te encontrarán extremadamente aburrida. Si sólo criticas a la gente, has pasado de aburrida a aburrida y cáustica, y si te ofendes porque una mujer usa esmalte de uñas, quizá deberías buscar ayuda profesional. Supongo que lo que quiero decir es que podríamos mantener los cotilleos en la esfera íntima de nuestros seres queridos, tomárnoslo a la ligera, reírnos un poco y olvidarlos.
He aquí una idea que se me ocurre: Ya que hablar del aspecto de las mujeres parece inevitable, podría catalogarse como se catalogan las elecciones de moda de un hombre— con adjetivos como elegante, cómodo, deportivo, feo, bonito, desafortunado— y no con la peliculita que nos hemos montado en la cabeza sobre quién creemos que es esa mujer. Salvaje, ¿eh? Tanto que sé que nunca se pondrá de moda.
“La gente no puede dejarse en paz, Johnny. Si lo hicieran, el mundo sería un lugar más agradable”.
The Mystery at Number Seven, por Mrs Henry Wood (traducción por Ana Bosch).
No hace mucho escribí un post sobre la búsqueda de la belleza y cuándo parar, siendo mi argumento principal que nos habían vendido que la cirugía plástica es una elección y una forma de autocuidado cuando, en realidad, no es más que marketing inteligente para hacernos querer encajar en un canon de belleza inalcanzable. Y, sin embargo, aquí estoy, buscando la ropa que mejor se adapta a mi cambiante figura y pintándome la raya como si fuera una religión. La naturaleza humana es así: una lucha por el equilibrio que cada uno encuentra a su tiempo, a su ritmo y que nunca es blanco o negro, si no más bien diferentes tonos de gris. Llamadlo hipocresía o disonancia cognitiva, pero yo sigo estando 100% detrás de lo que escribí el año pasado y sigo aplicándome rímel sin que me tiemble el pulso. Leeré a Tolstoi y el ¡Hola! Seré inteligente y haré estupideces. Seré profunda y vanidosa, porque estoy llena de matices, soy interesante y además feminista.
La búsqueda de la belleza está profundamente arraigada en nuestra naturaleza. Se ve en las flores que se hacen atractivas con colores y aromas, en la melena del león y en el plumaje del pavo real. Vamos, que se ve hasta en las pelucas en los hombres del siglo XVII7. Así que pongámonos de acuerdo en que es natural perseguir la belleza, humano dejar que dos pensamientos opuestos habiten nuestra cabeza sin fricción aparente, liberador hacer lo que nos dé la gana, y feminista dejarnos simplemente ser.
Vuestra en profunda comprensión,
Dra. Ana
Experta en consejos no solicitados.
Y ahora una canción de Beyoncé, por la que algunas “feministas” la criticaron mucho cuando lo único que tenían que hacer era escuchar y disfrutar.
Esto no es del todo exacto, ya que creo firmemente en la cobertura sanitaria universal y en la educación pública. La educación de las mujeres es uno de los factores que más contribuyen al desarrollo general (científicamente demostrado) y, en este momento, la discriminación positiva es la única forma de garantizar una representatividad que permita el desarrollo de políticas que repercutan positivamente en todos, no solo en los hombres, así que sí, todo eso es mi religión. Ah, y pago mis impuestos religiosamente porque también creo en la seguridad social, pero estos aspectos de mi fe no encajaban del todo con la poesía del párrafo.
“Crystal Retinal contiene retinAL, una vitamina A de nueva generación que actúa 11 veces más rápido que el retinOL estándar”. He copiado esta información de la página web de la marca que uso. No tengo ni idea de si es verdad, pero oye, yo lo compro.
Letra de Jealous, de Beyoncé.
Definición de la enciclopedia Britannica.
Kelly Y, et al. Social Media Use and Adolescent Mental Health: Findings From the UK Millenium Cohort Study. eClinicalMedicine 2018.
No tengo una respuesta para esto, pero apostaría que las consecuencias son las mismas que vivir rodeada de cotilleos con efectos amplificados. La omnipresencia de ciertos pensamientos sobre personas que no tienen nada que ver contigo y la idea de que siempre hay alguien observando y juzgando. ¡Uf!
Si bien esta elección estética es más que cuestionable.
Olé
Excelente.
"Las masas no pueden concebir que puedas cambiar de opinión o, peor aún, tener dos ideas en la cabeza al mismo tiempo. La mente colectiva implosionaría si una dijera que es poeta y matemática, o peor aún, feminista que lleva zapatos de tacón y a la que le gusta que los hombres le abran la puerta." Esto y muchas partes más.