El gobierno sueco tiene una manera de decir las cosas sin decirlas. Se limitan a lanzar mensajes tan cuidadosamente programados que incluso el científico más escéptico y racional podría acabar siendo un conspiranoico.
Permitidme ilustraros con un ejemplo. Me mudé a Suecia en 2014. Me dediqué a mis cosas sin mayores preocupaciones hasta 2022, cuando, apenas unas semanas tras del inicio de la guerra en Ucrania, recibimos nuestro primer ejemplar de “Om krisen eller kriget kommer”, que se traduce en un inequívoco “Si llega la crisis o la guerra”. Este folleto (palabra del gobierno, no mía) está pensado para que uno esté preparado en caso de que ocurra lo peor. El cielo no lo quiera (expresión mía, no del gobierno). Dado que Suecia tiene una (pequeña) frontera marítima con Rusia, una no puede evitar preguntarse si debería preocuparse. Decidí no hacerlo, ya que esa es mi forma de habitual de hacer las cosas. Tampoco me preparé para una crisis o una guerra. Como C sólo escucha las noticias italianas, parecía ajeno a la potencial amenaza. En casa nadie perdió los papeles. Los suecos cuestionaron el momento del lanzamiento el librito de marras, pero el gobierno se explicó diciendo que hacía tanto tiempo desde la última edición que era necesario actualizarla. Ahora bien, quiero que recordéis que hasta entonces yo había vivido en Suecia durante ocho años enteros y nunca había recibido este boletín... así que la explicación me pareció plausible. Por esas mismas fechas recibí también una carta en la que se me decía que, como funcionaria del estado, en caso de guerra o crisis, debía presentarme en mi lugar de trabajo habitual, es decir, el hospital, lo cual me pareció adecuado; en realidad, allí es donde sería de más ayuda.
La semana pasada abrí el buzón y encontré otro de esos librillos actualizados. No es que me preocupe, pero tiendo a encontrar patrones, incluso cuando no hay ninguno a la vista. Podéis trazar la línea entre los puntos y ver si soy yo la que tiene todos puntos para estar volviendome loca o si esa línea es realmente patente.
He estado ojeando el panfleto y ya tengo localizado nuestro refugio más cercano por si hubiera un ataque aéreo, y he puesto la alarma para saber cuándo van a hacer prácticas con las alarmas de aviso para saber lo que me espera.
Como no puedo evitar sacar punta de todo, tampoco puedo dejar de maravillarme con las ilustraciones de este libro.
Muestra número uno: Dónde ir si hay un ataque aéreo: una zanja junto a la carretera (arriba a la derecha) es lo menos adecuado, pero lo más conveniente en caso de muerte.
Muestra número dos: Si acudes a un refugio durante un ataque, encontrarás a todo el mundo actuando con orden y aplomo. Los niños jugarán a juegos de mesa completamente despreocupados (abajo a la derecha). Puede que me lo imagine como un escenario posible sólo porque se trata de un panfleto sueco.
En cualquier caso, y profundizando un poco más en la información con la que nos proveen los gobernantes, resulta que la guerra me pillaría totalmente desprevenida. Necesito cosas como una radio que funcione con pilas o con una célula solar (en Suecia no brilla el sol, pero eso no viene al caso). Necesito llenar mi casa con suficientes pilas como para pillarnos una intoxicación por litio, y necesito dinero en efectivo en distintas divisas por si tengo que comprar (¿sobornar?) algún equipo o comida que nos salve la vida. ¿En qué moneda? No lo especifican. Imagino que euros, dólares y... ¿rublos?1
Digo que no me preocupo, pero en realidad ya tengo una especie de plan trazado en mi cerebro: en primer lugar, empaquetaré a mis hijos con su triple nacionalidad y los enviaré al país más estable que pueda elegir o al que parezca más lejano; como si la distancia pudiera protegernos en los tiempos que corren. También empaquetaré y enviaré a C si me deja. ¿Y luego? Bueno, como explicaba la carta que recibí en 2022, debo presentarme a filas. Suena tan irrisorio como lamentable. No sé nada de guerras, y la frase suena tan malditamente Comando G, pero eso es lo que me imagino haciendo, presentándome a filas porque tengo que hacerlo. Cargaría con mi cantimplora y algo de ropa interior, empaquetaría el miedo en un bolsillo poco accesible y simplemente iría a donde tuviera que ir.
Lo curioso es que no sabría ni por dónde empezar a vendar una herida. Podría pasearme por el campo de batalla a lo Scarlett O'Hara gritando: “¿Quimio? ¿Alguien necesita quimio?”
También existe la posibilidad de que en caso de guerra o catástrofe de otra índole, me pliegue y abandone el barco la primera, como las ratas. También me veo haciendo eso.
Leo un libro de Raymond Carver y no reconozco a ninguno de sus personajes. ¿Quiénes son estas personas tan empeñadas en no tener nada por lo que merezca la pena luchar, cuyo anclaje en la vida parece tan insustancial que resulta inverosímil? ¿De qué barro están hechos? ¿Cuál es el peso que soportan sobre sus hombros si no es únicamente el suyo propio? Me tropiezo con una historia de detectives cómica de HRF Keating, en el que la señora de la limpieza descubre al asesino porque tuvo que detenerse a recoger una pista que en ese momento parecía basura. No tenía que recogerla, pero tenía que hacerlo.
Hay una diferencia entre tener que y tener que, y si sabéis de lo estoy hablando, lo sabéis, y sobran las explicaciones.
Mientras tanto, sigo leyendo para ver si consigo dar con las respuestas que puedan satisfacer mis preguntas sobre las diferentes naturalezas humanas.
Un día del año 2011 (creo) salí a correr con mi amigo P. En Valencia, donde vivía entonces, hay un parque largo precioso construido en el antiguo cauce del río. Solíamos ir mucho a correr allí, P y yo. Estábamos estirando después de correr, y me preguntó sin venir a cuento- “Ana, ¿qué te hace levantarte de la cama cada día e ir a trabajar?” Recuerdo que le contesté sin pensar ni pestañear: “Mi sentido de la obligación.” Me miró medio sonriente y dijo: “¡Collons!”2 como si en ese mismo momento hubiera descubierto algo nuevo sobre mí. Nunca volvimos a tocar el tema, pero a menudo he vuelto a pensar en esa conversación, posiblemente porque al soltar la respuesta sin meditarlo también descubrí algún aspecto de mí misma del que no era consciente, como el hecho de que me levanto de la cama aunque no quiera, porque tengo que hacerlo.
Os preguntaréis qué es eso que tengo que hacer. Maggie Smith lo describe mejor en su poema “Good Bones”. Tengo que hacer que el mundo sea un poco mejor para que lo habiten mis niños.
Buenos cimientos
La vida es corta, pero no se lo digo a mis hijos.
La vida es corta, y yo he acortado la mía
de mil deliciosas e insensatas maneras,
mil deliciosas e insensatas maneras.
No se lo diré a mis hijos. La mitad del mundo es horrible,
y eso es una estimación conservadora
que yo oculto a mis hijos.
Por cada pájaro hay una piedra arrojada a un pájaro.
Por cada niño querido, un niño roto, en un saco,
ahogado en un lago. La vida es corta y por lo menos la mitad del mundo es horrible,
y por cada desconocido amable hay uno que te destrozaría,
y eso se lo oculto a mis hijos.
Intento venderles el mundo. Cualquier agente inmobiliario,
mientras te enseña cualquier antro, tararea una canción sobre los buenos cimientos.
Este lugar podría ser bonito, verdad? Tú podrías hacer este lugar bonito.
"Good Bones" de Maggie Smith. Traducción de Rosana Ferreres.
Yo no sé cómo escribir sobre tragedias, así que cuento chistes. No sé qué expresiones pueden transmitir lo inefable, así que me expreso en chascarrillos. ¿Cómo combino las palabras para que la gente entienda el terror que siento al abrir el correo y ver un folleto sobre cómo prepararse para una guerra, un atentado terrorista o una catástrofe natural? El miedo, la angustia, el espanto por algo que siento tan lejano pero que también es la realidad de otras personas. Otros médicos, otras madres, otros niños. La frustración de no poder hacer más que pequeños gestos, como levantarme a las 5 de la mañana para estudiar, o ir a trabajar y ayudar a mis pacientes cuando hubiera preferido llamar al curro diciendo que la enferma soy yo, o leer libros a mis hijos, aunque no me apetezca, aunque sepa que nada de lo que haga nos protegerá a ninguno, porque todo se reduce a mera suerte.
Por razones de espacio, no voy a entrar en toda la lista. Pero, por ejemplo, necesitas 3 litros de agua por persona y día, y tienes que comprobar de vez en cuando que no se haya puesto mala. Necesitas comida enlatada para ti y tu mascota. Es bueno tener una parrilla (mascota a la parrilla podría acabar siendo una sugerencia del chef). Necesitas aprender a hacer caca y no pis al mismo tiempo, porque si mezclas las heces con la orina huele mucho más, y si estás en una habitación cerrada el ambiente podría ser sofocante en más de un modo. Y así, suma y sigue.
Lo dijo en valenciano. Cojones.
Collons, Ana... yo recibo un folleto de esos y me da algo. Me quedo helada con lo que has escrito pero, aún así, hasta me he reído con lo de Escarlata O'Hara ofreciendo quimio. ¡¡¡Eres única!!!
Es molt ilustratiu la manera que tenen de pensar els suecos. En Edpsña un panfleto així seria cuestionat de seguida per tots els partids politics tirant-se en cara uns als altres que ho hagueren fet millor. Però la teia historia no va de política, sino de com traure coses positives de allò que podría ser lo.més negatiu, com es una guerra. Alçarce a les 5 del matí per a estudiar, ajudar a les teues malaltes, llegir un cuento als teus fills son i sempre seràn coses boniques i positives que, tal vegada no paren una guerra, però donaràn esperança a les teues malaltes i faran feliços als teus fills mentres escolten el cuento o la historia que han decidit que els llisques.....i podrem-podran atresorar ixos moments per allunyar la angoixa dels panfletos que publica el gover suec!!!