Reflexiones de una joven sobre los viajes en autobús.
Una historia corta para el simposio del STSC
Dibujo por mi hijo de 9 años. Mujer esperando al autobús, leyendo.
Esta historia se basa ligeramente en alguna de mis experiencias. La escribí para el simposio sobre autobuses del
Social Club. Es la primera obra que escribo específicamente para este club. Espero que os guste.Los autobuses de larga distancia y las estaciones a las que dichos autobuses llegan y de las que parten me traen muchos recuerdos cargados, la mayoría de ellos tristes. Por ejemplo, recuerdo sentir náuseas. Recuerdo que la mayoría de las estaciones de las que he salido o a las que he llegado tienen un olor característico, una mezcla de gasoil quemado, tabaco, comida podrida y suciedad. Las baldosas, antes blancas, parcheadas con infinidad de chicles secos, ahora negros, mezclando sus sabores a fresa, menta fresca y eucalipto para producir uno nuevo que posiblemente sepa a cianuro. Este ambiente atrae a una variada población de moradores; transeúntes con su equipaje; residentes permanentes sentados en cajas de cartón, empujando carritos de supermercado que contienen todas sus pertenencias.
A menudo me he preguntado qué tienen las estaciones de autobuses que atraen a los desahuciados que allí acuden y allí se quedan. Quizá llegaron a la gran ciudad en busca de una oportunidad y, una vez aquí, no sabían adónde ir, así que se quedaron hasta mimetizarse con el entorno, formar parte del paisaje. Tal vez lo que querían era irse, pero no se atrevieron a subir al autobús. Así que se quedaron, y desesperaron.
Es extraño, observo que la aglomeración de indigentes sólo se da en torno a las estaciones de autobuses. Las estaciones de tren no sólo huelen mejor (las ventajas de la electricidad), sino que además no parecen tan atractivas para la gente que no tiene adónde ir.
Pasé seis años haciendo un viaje de 8 horas en autobús de casa a la universidad y de vuelta. Lo hacía cada vez que tenía vacaciones y cuando quería pasar un fin de semana largo en casa. Odiaba esos viajes en autobús, sobre todo los de casa a la universidad. Podías ir en autobús de día, que era una pérdida de tiempo, o de noche, que era una pesadilla.
El autobús paraba a mitad de camino en un restaurante de mala muerte a las afueras de un pueblo semidesierto donde los ancianos habían sido abandonados a su suerte y del que los jóvenes habían escapado en busca de un futuro mejor. Un paraje desierto ¿Cuántos de aquellos jóvenes atraídos por la ciudad vivían ahora en una caja de cartón bajo las escaleras mecánicas de la estación de autobuses? Mi mente viajando a las almas perdidas que habíamos dejado atrás, en la estación, viendo pasar los días, todos iguales, quizás mañana un poco peor que hoy.
En esta parada de restaurante a medio camino, compraba media bocata de jamón, el pan seco se desmenuzaba tras el primer bocado, y hacía un desastre de migas de pan mientras el aceite de oliva goteaba sobre mi abrigo. Después siempre me comía un Kit Kat.
Miraba a mi alrededor y veía a mis compañeros de viaje, en su mayoría estudiantes, que se habían sentado a comer mi mismo bocadillo, pero sin una mancha de aceite a la vista, sin restos de comida cayendo al suelo. Los demás siempre se las arreglaba para encontrar a alguien con quien entablar conversación. Esto me asombraba. Poder establecer una cháchara trivial es una habilidad que no poseo. Sentía envidia de su maestría en el sinsentido, deseando encajar con ellos pero sin sentir curiosidad alguna por escuchar de lo que hablaban, sabiendo de antemano que era una conversación vacua, charla de ricos que hablaban de sus estupendas vacaciones de esquí, de su sensacional veraneo en alguna playa rodeados de gente afín, de las agotadoras semanas que se avecinaban con los próximos exámenes, de sus risas nerviosas por cómo, después de unas deliciosas vacaciones de Navidad, los pantalones les quedaban demasiado ajustados. Qué ironía, gente rica viajando en autobús.
Sí, lo que más odiaba de estos viajes era la sensación de no encajar. Nadie con quien hablar, esperando volver a subir al autobús que me llevaría a un lugar al que realmente no quería ir, al que no pertenecía, para convertirme en alguien que no me gustaba, rodeada de otros muchos estudiantes con mi mismo destino pero con los que sentía menos afinidad que con los desgraciados que merodeaban en las esquinas de la estación de autobuses.
Gracies Maite. De vegades recordar on has estat i com et feia sentir ajuda a apreciar on estàs i tot el que has fet. De totes formes, este escrit es va escriure ell mateix 😂. Forme part d’un club que es diu “el club de los años 20” i tots els mesos tenim un tema sobre el que escriure. Esta vegada era “autobusos”. Em sentí a pensar en autobusos i açò és el que va eixir. Però li vaig dir a P de que anava la història i va fer el dibuix que acompanya i em pareix meravellós contar-lis que ser jove de vegades es difícil.
Un dia, tornant de natació, em preguntà si algú de classe em feia la punyeta. Li vaig contar la història de una xiqueta que era una meca i em digué- i per què no li pegares? I mentre li explicava que pegar no és la sol.lució , etc, etc pensava- el cas és que ixa meca es mereixia una punyà en la cara 🤣😝😬🤭
Estoy recordando uno de esos viajes en los que no me acaompañabas. Tenía a un chico a mi lado intentando entablar conversación y yo solo pensaba en dormir y que al llegar a las 4 o 5 de la mañana debía bajar rápidamente y hacer cola para el taxi que me llevaria a casa, dormiría 1 o 2 horas con suerte y a las 8 en punto a las prácticas de hospital o laboratorio. El viaje de vuelta a la uni por todo esto siempre era peor. Pero aquí estamos. Curtidas y auténticas. Igual nos comemos el manjar más elaborado que nos sentamos en el suelo con un sandwich seco a disfrutar. Supervivientes.