Cementerio en un lugar de Italia. Foto por Ana Bosch
Warning for sailors, this is the translated version of a post I am cross-posting. Not sure how the cross-posting works, so just in case, the English version can be found here.
Esta es la traducción de un texto que escribí para la colección House of Loathing que publica
. La versión original en inglés la encontráis aquí. Leo todo lo que escribe Daisy con devoción. Id a echarle un vistazo. Este post, por ejemplo, me encantó. Este también.La primera vez que me enfrenté a la muerte y vi cómo se escapaba la vida de un cuerpo humano fue durante mi residencia. Tenía veintipocos años y estaba haciendo una rotación en la sala de infecciosas, donde había muchos drogodependientes con hepatitis C y VIH que recibían atención por las múltiples complicaciones que tenían relacionadas con su drogadicción o sus infecciones. La mayoría de ellos se pasaban todo el tiempo solos.
Había un chico “sin-techo” del que me sorprendió descubrir que sólo tenía unos veinte años largos. No era más que piel y huesos y tenía una enorme barriga ocupada por su hígado enfermo y líquido ascítico, como si estuviera embarazado del hijo no deseado que decía ser él mismo. Cuando pasábamos sala charlaba con nosotros, siempre hablando del futuro, de cuándo "mejoraría", y de cómo su asistente social estaba en contacto con él para ver si podía volver al programa de rehabilitación y quizá encontrar un piso compartido. Cada día, un poco más delgado, ligeramente más amarillo, ocultando el temblor de sus manos. A veces arrastraba las palabras, a veces su pronunciación era clara, pero nunca conectaba realmente con lo que le decíamos.
Una mañana lo encontramos inusualmente espabilado. Estaba sentado erguido en la cama, con las piernas dobladas en una especie de postura de Buda, una posición atípica para él, que solía recibirnos tumbado en la cama, a lo "romano", con un brazo doblado sobre la cabeza, el otro tendido a lo largo de sus costillas cubiertas sólo por piel, tan frágil, sujetando el botón para llamar a las enfermeras, una pierna doblada bajo las sábanas y la otra posada lánguidamente fuera de la cama, colgando como la de una marioneta. Aquella mañana, en cambio, había estado viendo la televisión, y nos contó todo sobre la final masculinas de salto de altura y las marcas de los atletas. Luego habló de la actuación de un atleta español en particular que lo había hecho muy bien aquel día. Estaba lúcido y elocuente y hablaba como si supiera sobre (¿y tal vez incluso le gustara?) el deporte.
Al día siguiente, estábamos pasando planta cuando una enfermera nos pidió que entráramos en su habitación lo antes posible porque su estado se estaba deteriorando rápidamente. Era de esperar, ya que padecía una insuficiencia hepática irreversible y un SIDA galopante. Un especialista tomó el relevo y dio órdenes sobre cómo proceder. Durante todo el tiempo que estuve allí, no pude evitar preguntarme: "¿Cómo es posible? Ayer estaba mejor, incluso 'bien'". Y entonces vi cómo moría. Vi cómo sus pupilas, al principio puntiformes por la tensión generada en la batalla por la vida, se agrandaban de repente, su mirada dejaba de ser fija y se nublaba, su respiración superficial y rápida se detenía en medio de un jadeo y su piel perdía abruptamente el brillo de la vida. Su cuerpo ya no era su cuerpo. Era sólo un cadáver. Podía sentir cómo la tensión del momento se disipaba, difuminándose en las paredes y el suelo, deslizándose por el cristal de la ventana cerrada por la que entraba el sol. O quizá no era sólo la tensión del momento lo que se disipaba.
Desde entonces, y siendo oncóloga, he tenido muchos otros encuentros cercanos con la muerte. Los suficientes como para comprender que el acto mismo de morir es algo nauseabundo, misterioso y sobrecogedor a partes iguales.
Presenciar la muerte es lo más cerca que he estado de creer de verdad en la existencia de las almas. La sensación dura sólo unos segundos, justo antes de que la familia empiece a llorar y entren las enfermeras a “asear” el cadáver. Tienes unos segundos para susurrarte a ti misma: "¿Adónde vas?", porque hace un momento la vida era tan tangible que esa energía debe ir a alguna parte.
Después de haber presenciado la muerte muchas veces, la mejor forma en que puedo describirla es que hay algo palpable en la vida que abandona un cuerpo. Me refiero a algo de ciencias físicas y relativo a la primera ley de la termodinámica. ¿Adónde se fue? ¿Esa cosa que lo mantenía todo unido?
La otra pregunta que surge es ¿Duele separar el alma del cuerpo? Porque es es un paso tan abrupto, como despegar dos cosas que han estado unidas durante tanto tiempo que uno no sabe dónde empieza una cosa y acaba la otra. Quizá la muerte tiene que tirar rápido del alma, para que el corte sea raso. El alma no puede viajar con trozos del cuerpo todavía pegados a ella. El cuerpo no puede descansar con hebras del alma aún adheridas.
Moltes voltes he pensat en Ixe moment. I quan vaig estar agafant li la mà.... Lo que jo sentia, era que el cos deixa de donar-li suport, aleshores l'energia, l'ànima s'apaga, desapareix, es llibera, es transforma.... cadascú pensa el que pensa.... El sentiment és únic, indescriptible. I queda una força tan gran per detectar signes de existència de l'ànima, que puga confirmar que no se acaba. Que tornaré a detectarla, a reconèixer-les, a gaudir l'alegria del contacte.......en fi, una de les intimitats més fondes i doloroses, agradables, sentides, desitjables, agredolces, .....i tan reials com els naixements.
Un bes, gràcies per estes ocasions de pensament.
Et vull.
Uff...piel de gallina...y más en un día grisáceo para mi family como es el 14 de abril.
Precioso.