Imagen generada por IA tras darle las instrucciones de dibujar a Dios con boina francesa y levantando una pesa. Podría ser que este dios lleve un Fitbit y tome medicación anticoagulante.
Esta carta está inspirada en la lucha personal que tiene
contra los números, que podéis leer aquí. Remy tiene un estilo de escritura que me hace pensar que sabe cosas sobre el verdadero sentido de la vida, porque la risa, como ya sabéis, es el camino a seguir.El kilogramo fue la última unidad que se definió en términos de constantes físicas fundamentales. Hasta el año 2019, el kilogramo era una "cosa" llamada prototipo internacional del kilogramo, una aleación de iridio y platino cuidadosamente envuelta y escondida en una cámara secreta en el subsuelo de París. Ahí lo ocultaban los franceses, lejos de los elementos corrosivos y las miradas indiscretas.
Se hicieron réplicas y se distribuyeron para que otras partes del mundo tuvieran su propio kilo de referencia. Pero las réplicas no eran más que eso, meras copias. Los franceses, vanidosos y snobs, sabían que tenían el kilogramo original y se sentían muy orgullosos de ello. Nota al margen: soy española y, por tanto, tengo derecho a criticar a los franceses; es una ley no escrita que todos los españoles conocemos.
Resulta que en una de las revisiones periódicas, se dieron cuenta de que el kilo perdía peso. Cuando leí sobre el tema, me imaginé a hordas de gente con boina y bata blanca de laboratorio midiendo temperaturas, humedad y conductividad. Acojonados gritaban de vez en cuando "Ce n'est pas possible!" mientras se arrancaban los pelos de sus bigotes franceses.
Sí, cuando lo leí, la niña española que llevo dentro sonrió: "¡Toma ya! ¡vuestro kilo ya no es tan kiloso!".
Me imaginé las posibles consecuencias de esta catástrofe de peso:
Azafatas de RyanAir acosadas (aún más) por pasajeros cuyo equipaje superase de repente en 0,02 g el peso permitido. "Señor, tiene que pagar la tasa de 50 euros por el peso excesivo de su equipaje". Hombres de setenta y seis años sufriendo un parraque delante de los mostradores de facturación. "Señor, tiene que apartarse. Tenga la amabilidad de tener su ictus en la zona designada".
Economistas de Kellogg's calculando qué sería más económico: sacar discretamente un puñado de cereales de cada paquete en los supermercados (de todo el mundo) o aumentar "un poquitín" los precios de forma generalizada.
Demandas múltiples a Weigh Watchers por publicidad engañosa. Protestas masivas de radicales rechonchos y rábidos sosteniendo pancartas exigiendo la devolución de sus puntos.
Estas consecuencias potencialmente devastadoras me hicieron pensar en la naturaleza humana.
Veréis, la medida de las cosas, es decir, la aplicación de un valor a algo, es completamente arbitraria. El único objetivo de la medición es poder entenderse a través de los idiomas. Las matemáticas son universales, pero limitadas en algunos de sus aspectos. Permitidme daros un ejemplo de cómo el ser humano estropea lo que podría ser sencillo. Los científicos han hecho esfuerzos titánicos para que los metros, los segundos, los grados de temperatura y las calorías sean medidas exactas y reproducibles que todos entendamos. ¡Gente del mundo! ¡Escuchad! El sistema métrico tiene sentido, ¡contar con diez dedos es fácil! Pero luego viajas a otras partes de la Tierra y sus habitantes te hablarán de las millas que corren, de cuántas libras necesitan perder y de cómo a 32° Fahrenheit hace mucho frío (emoji encogiéndose de hombros).
La mitad del mundo parece empeñada en no hablar el mismo idioma que la otra mitad, aferrándose a una vieja forma de hacer las cosas porque es SU forma de hacerlas. Me recuerda a los hombres blancos posmenopáusicos que tienen miedo de enfrentarse a su propia insignificancia. Cuando me encuentro alguno de esos me dan ganas de decirle- “¡Cuchi cuchi! No pasa nada, tú importas, quizá no tanto como creías o de la forma en que creías que lo hacías, pero sigues importando, así que relájate. Va, no te revuelques por el suelo que te ensucias la ropa.”
Pero ya estoy divagando.
La humanidad se ha dedicado a contar, pesar y medir desde que empezamos a deambular por el mundo, o al menos desde que empezamos a escribir sobre nuestro deambular por el mundo. Después de todos estos años de escritura (al menos 5000), seguimos sorprendiéndonos y algo decepcionados cuando descubrimos que nuestros antepasados no eran mejores que nosotros en eso de entender "el sentido de la vida". ¡Por supuesto que no lo eran! Si hubieran sido más duchos en el tema, imagino que nos habrían transmitido algunos de sus conocimientos, ¿no? Qué triste es descubrir que los textos sumerios más antiguos hablan de contabilidad.
Números, números por todas partes.
Qué lejos hemos llegado, qué poco hemos aprendido.
Nuestra obsesión por medir las cosas tiene, en mi opinión, un gran impacto en cómo vemos el mundo. Me cuesta entender cómo una herramienta hecha para facilitar la vida cotidiana (es decir, los números) se ha convertido en el eje en torno al cual gira la vida. Me parece preocupante, divertido e intrigante (en distintas proporciones según los días) cómo no nos damos cuenta de que la medida que aplicamos a las cosas no altera su valor intrínseco. No contentos con esto, lo llevamos al siguiente nivel. Nos imponemos medidas constantemente a nosotros mismos.
¿Cuánto vale nuestra vida? Como si pudiera cuantificarse.
Menudo infierno nos hemos montado solitos...
Quizá por eso me encanta la idea de Dios. Una entidad externa que nos ve y no necesita balanzas para darse cuenta de lo preciosa que es la vida humana. De lo necesarios que somos.
Veo a Dios sentado en su eternidad todopoderosa, desconcertado ante su obra maestra. "¿De qué cojones hablan estos cuando dicen cuántos "likes" necesita un post para ser viral?".
Y mientras rumia qué ha hecho mal como padre lo veo cocinando alguna plaga...
Y entonces Dios dijo: "¿Viral? Ahora os voy a enseñar yo viral".
Os dejo aquí un precioso poema de Jack Gilbert, "The Forgotten Dialect of the Heart" (El dialecto olvidado del corazón), que habla de los límites de la comunicación desde sus inicios de una forma mucho más bella de lo que yo podría transmitir jamás. La traducción al castellano la encontré aquí, el original lo podéis leer aquí. así que si hacéis algo hoy, que sea leer ese poema.
EL DIALECTO OLVIDADO DEL CORAZÓN (Jack Gilbert)
Qué locura que el lenguaje casi llegue a significar
y qué miedo que no llegue del todo. “Amor”, decimos,
“Dios”, decimos, “Roma” y “Michiko”, escribimos, y las palabras
se equivocan. Decimos “pan” y significa algo distinto
según el país. En francés no hay palabra para decir hogar,
y en inglés no hay palabra para el placer estricto. Hay un pueblo
en el norte de la India que está desapareciendo porque su antigua
lengua no tiene expresiones de cariño. Soñé con vocabularios
perdidos que podrían expresar en parte lo que ya
no podemos. Tal vez los textos etruscos finalmente puedan
explicar por qué las parejas enterradas en sus tumbas
sonríen. O tal vez no. Cuando se tradujeron las miles
de misteriosas tablillas sumerias, parece
que resultaron ser transacciones comerciales. ¿Y si son
poemas o salmos? Mi júbilo es lo mismo que doce
cabras etíopes en silencio bajo el sol de la mañana.
Señor, Tú eres terrones de sal y lingotes de cobre,
espléndido como la cebada madura, ágil por la labor del viento.
Sus pechos son seis bueyes cargados con rollos
de algodón egipcio de largas fibras. Mi amor son cien
ánforas de miel. Cargamentos de thuja son
lo que mi cuerpo quiere decirle al tuyo. Son jirafas
este deseo en la penumbra. Tal vez el espiral de la escritura minoica
no sea una lengua sino un mapa. Lo que más sentimos no
tiene nombre, sino ámbar, arqueros, canela, caballos y pájaros.
Me encanta! A partir de ahora voy a contar en positivo. Número de sonrisas, número de buenas explicaciones, número de pacientes que ayudé a dejar de fumar, número de pasos burácritos que le he ahorrado a mi paciente de 90 años con una llamada, número de canciones bonitas que he descubierto este mes, número de paseos disfrutados al aire libre, número de conversaciones sinceras y debates que hemos tenido con nuestros adolescentes en las cenas familiares... Vamos a utilizar la estadística para las cosas que de verdad importan.
¡Me parto con esa imagen de Dios en chándal! Cada vez estoy más convencida de que las carreras más humanistas, a las que la sociedad ha mirado por encima del hombro en las últimas décadas, serán las que realmente desempeñen un rol predominante en el futuro. Contar, medir y calcular lo hará la IA.