You can find a version of the story in English here.
Thorir y yo en Madrid. Organizó una cata de vinos improvisada porque es así de mañoso.
En mi anterior post, que podéis encontrar aquí, hablaba de cómo los médicos pensamos a menudo en cambiar de profesión pero no lo hacemos por muchas razones, una de ellas siendo la falta de espíritu aventurero. Otra de las respuestas que destacó en mi pequeña encuesta a mis colegas fue: "No sabría qué otra cosa hacer". Uno pasa tanto tiempo aprendiendo a salvar vidas que, de repente, aprender a ser organizador de eventos se hace una montaña (y lo digo sin ironía alguna).
A mí me gustaría ser escritora, pero durante mucho tiempo estuve segura de que mi alma no estaba lo suficientemente atormentada como para escribir algo medianamente interesante. Una lee sobre escritores famosos y, a veces, tiene la sensación de que hay que sufrir para ser creativo. En su relato "Un mundo propio" incluido en Pack of Cards, Stories (1986), Penelope Lively me convenció de lo contrario.
Todas estas reflexiones me han dado que pensar sobre nuestras capacidades en general y sobre lo mal que funciona el mundo laboral, puesto que un currículum nunca podrá reflejar todas las aptitudes que una persona puede tener. También me han hecho meditar sobre el tormento y la creatividad y en cómo el 100% de las personas con las que me gusta pasar tiempo son la pera de divertidas, creativas, muy ingeniosas y, emocionalmente, aburridamente estables.
Estoy segura de que la mayoría de mis amigos lo bordarían trabajando como organizadores de fiestas, o serían hábiles manicuristas de mascotas o directores ejecutivos suficientemente competentes si decidieran dar el paso y cambiar de trabajo a otro que les gustase más, sea cual fuese. Por ejemplo, mi amigo Thorir, ahí arriba en la foto conmigo, es un experto en cáncer colorrectal, pero también quiere ser primer ministro de su país de origen, y además tiene un chiringuito de contrabando de vino en Islandia. Que un oncólogo encuentre tiempo para eludir sin problemas a las autoridades islandesas y obtener un pequeño beneficio del contrabando le convierte automáticamente en el perfecto candidato para las elecciones generales según todas las encuestas. Yo le votaría. Pero eso no puede ponerlo en su currículum (y puede que acabe de descubrir su tapadera, si es así Thorir, iré a verte a la cárcel).
Al hilo de la estabilidad emocional, hablemos de relaciones románticas. A finales de mi adolescencia y principios de los veinte, estaba convencida de que la pasión sólo podía surgir del tormento emocional. Ese tipo de amor que todo lo consume, en el que sientes que no cabes en tu piel, en el que estás constantemente sedienta de la presencia del otro, que arde rápido y todo lo quema sin dejar rescoldos. El tipo de amor en el que la otra persona te tiene tan absorbida que te olvidas de ser tú misma. Este tipo de amor puede ser emocionante a los 20, pero resulta estúpido a los 30 y simplemente aburrido a los 40. Lo que me lleva a la segunda etapa de mi viaje para matar mi espíritu aventurero. Abrochaos el cinturón.
Segunda etapa: Practica.
Je t'aime- Una historia sobre ser bohemia.
Dibujo por María José Bosch Campos
Cuando tenía veintiún años, decidí que quería aprender francés. Ese verano, conseguí un trabajo en París y, mientras me afanaba con hojas de cálculo sin sentido durante la semana, me dedicaba en cuerpo y alma a ser "parisina" durante los fines de semana.
Los sábados por la noche quedaba con una amiga para beber vino y comer queso junto al canal Saint-Martin. Paseaba con mi ropa más estrafalaria, sintiéndome muy fashion (nada más lejos de la realidad), y hablaba con un montón de gente francesa. No, corrijo: Ligaba con muchos chicos franceses.
Conocí a N en una de mis salidas de sábado noche, y era la personificación de “parisien”, o, mejor dicho, personificaba todos mis clichés sobre lo bohemio. Era imposiblemente guapo, vivía del subsidio social en un cutre-estudio alquilado en Montmartre y quería ser escritor. Tardé un tiempo en entender que "quiero ser escritor" en francés significa "no estudio, no trabajo, no tengo perspectivas profesionales ni ningún plan de futuro aparte de sentarme en mi apartamento y fumar hierba con mis amigos". N era perfecto, y mi francés, muy malo.
Ahora bien, los escritores leen mucho. Que el único libro que encontrase en su estudio fuera una biografía de Michael Jackson debería haber sido una señal de alarma sobre sus planes con la escritura, pero yo estaba muy enamorada, por ende, muy ciega.
Terminó el verano y decidimos que nuestra aventura tenía que transformarse en una relación a distancia, porque a mí me gustaba tener malas ideas y llevarlas a cabo.
Ahí estábamos, dos veinteañeros sin blanca que intentaban verse de vez en cuando, pero que vivían a 900 km de distancia. ¿Cómo salvar la distancia y pagar trenes de alta velocidad? Vender mi cuerpo para la experimentación científica era la solución obvia para sacar dinero. En la universidad en la que estudié había una línea de investigación clínica en la que reclutaban a individuos sanos para hacer estudios farmacocinéticos sobre medicamentos genéricos antes de su comercialización. Pagaban a los estudiantes lo que parecía una pequeña fortuna por participar. Me matriculé. Me tomé el fármaco X. Me sacaron muchas analíticas. Me pagaron y listo. Miento, mientras todo esto ocurría le estaba tejiendo una bufanda. Si hasta ahora no habéis sentido náuseas, estáis capacitados para criar un adolescente.
Utilicé esa "pequeña fortuna" para pagar un viaje para los dos a Salamanca. De camino allí, imaginé un fin de semana romántico de tapas y amor tórrido. La tarde que llegamos ya se quejaba de un dolor de muelas que no hizo más que empeorar a medida que pasaba el tiempo. Por lo visto, el subsidio francés no cubre el dentista. Primer strike.
En otra ocasión, fui a verle a París. Me financié el billete de tren ahorrando de mis escasos fondos. Pasé ese fin de semana cocinando tortilla de patatas para él y sus amigos porque lo único que podía permitirse eran patatas y huevos y porque "Ana, tu tortilla está riquísima". Así que, mientras ellos liaban porros, yo pelaba patatas. Segundo strike.
Voy a confesar que entre dolor de muelas, porros y patatas me lo pasé en grande y de aquella relación también descubrí que la marihuana no me afecta más que para darme sequedad de boca, así que quizá no me lo pasé tan bien como él. Pero la memoria es traicionera, porque lo que mejor recuerdo es lo que aquí os cuento, no las risas y la juerga. Y me pregunto si Taylor Swift tendría suficiente talento para escribir una canción de desamor que incluyera dentistas, patatas y marihuana. Eso sería un top ten directo.
El final de esta historia es que no me quedé para ver el tercer strike. La práctica, mis pequeños saltamontes, hace maestros. A los veintiún años, ya me había dado cuenta de que un buen seguro médico puede ser muy romántico y que liar el porro perfecto no es una habilidad que puedas poner en tu curriculum.
Por cierto, liar porros tampoco es una técnica de supervivencia. Pero, si queréis clases de cómo sobrevivir en la naturaleza más salvaje, suscribíos para no perderos la tercera entrega de esta historia.
Tercera etapa- Domina.
Aquí es cuando la sangre llega al río.
¡No puedo parar de reír con tu historia! Me voy directa al tercer capítulo.