Yo recogiendo plásticos en una playa de Bali durante mi luna de miel.
He pillado a Morris en más de una ocasión comiéndose las agujas del abeto de plástico que hace las veces de decoración Navideña. ¿De plástico? Os preguntaréis. Pues sí, comprar un árbol de verdad cada año, cargarlo a casa y limpiar las agujas que caen todos los días, la verdad es que no me apetece en absoluto. Pero hablando de Morris y su dieta de abeto de PVC me pregunto cuánto plástico ha consumido el pobre gato desde que vino a vivir con nosotros. Este animal tienen un apetito insaciable, y si te dejas algo a la vista- ZAS! se abalanza sobre ello, esté envuelto en plástico o no. Galletas embolsadas, bolsas de tentenpiés de gato que huelen a pescado muerto, bolsas de pan, bolsas con panettone, lo que sea. La última panzada de plástico con panettone le salió cara y se ha pasado tres días medio mal, y con un mal humor peor del que acostumbra a regalarnos. Todos estos episodios me han hecho reflexionar sobre la cantidad de plástico que tenemos en casa. Estoy horrorizada.
En el 2017, con aquello de que había nacido mi hija y que en cada baja de maternidad desarrollo un proyecto de mejora, decidí reducir al mínimo los envases en casa. Íbamos todos juntos en tren a una tienda en Malmö de esas de “zero waste” una vez al mes y allí nos dejábamos una pequeña fortuna comprando legumbres, chocolate, frutos secos, jabón, detergente, de todo, vamos. Lo metíamos en nuestras bolsas de tela, comíamos en un restaurante de por la zona, y de vuelta en tren a casa. La verdad es que era un plan magnífico, incómodo, pero magnífico. En 2020, con la pandemia, dejamos de ir. De hecho, dejamos de ir a cualquier parte. A puertas del 2024 y no hemos vuelto y así la cantidad de plástico en casa ha ido en aumento poco a poco. Me avergüenzo de nuestra pereza. Además me preocupa mucho porque tengo ansiedad climática, que al parecer es un diagnóstico. Ahora ando por mi casa preguntándome cuáles de mis pertenencias contribuyen al calentamiento global. Todas, lo sé.
Volviendo al tema de mi árbol de Navidad, una vez le oí decir a mi jefa que la huella de carbón de sólo un árbol como el mío equivale a unos 5000 abetos de verdad, no sé lo ajustado que es el cálculo. No obstante, como que no voy a tener 5000 Navidades, la cuentas ya no me salen y lo único que puedo pensar es que la he cagado. Estaba segura de que teniendo un árbol perenne contribuía algo a salvar al mundo del holocausto inminente, y lo único que he hecho es cavar mi propia fosa un poco más profunda.
Al menos he apuntado a P a los scouts. Los scouts salvarán el mundo, aunque tengan una campaña Navideña de vender árboles talados para recaudar fondos. Si bien creo que me puedo fiar de que los scouts no cometerían un error tan grande como el de contribuir a la deforestación para recaudar fondos para poder pasar más tiempo en el bosque.
Sí, creo que los scouts lo están haciendo bien. Tengo un amigo que estudió ingeniería de montes y me contaba que para que el monte sobreviva tiene que producir. Y luego me contaba que el mantenimiento de los bosques con la tala programada era necesario. Una vez, fuera de la FNAC le soltó un rollo al respecto a un voluntario de Greenpeace que quería salvar el mundo parando la tala de los bosques. Cuando mi amigo le habló de sostenibilidad y tala programada el chaval se quedó anonadado y se marchó sin más. Me gusta pensar se borró de ser voluntario de Greenpeace y se apuntó a sacarse una carrera que le diese la información adecuada para poder tener un debate como aquél a las puertas de la FNAC, o mejor aún, una carrera que le enseñase realmente hacer algo que cambie este mundo a la deriva. Lo que creo que realmente sucedió es que esa noche salió a tomar unas cervezas con sus amigos activistas y les contó la historia sobre el gilipoyas que a la puerta de la FNAC le intentaba explicar a ÉL cómo iba lo de salvar al mundo. Muy posiblemente embelleciendo a lo grande su papel en la escena.
Que conste que no tengo nada contra Greenpeace, sólo que no acabo de entender sus posturas extravagantes (y lo digo así bajito, un poco inútiles) con lo de salvar al mundo. A la gente o te la ganas por las buenas o la pierdes.
Si en Greenpeace me contrataran de Relaciones Públicas cambiaría su ángulo de “peña cabreada” por otro más apacible en plan- “peña que invierte en sostenibilidad y tenemos una plantilla de físicos que están trabajando en la fisión nuclear y otra de inventores que trabajan en la limpieza de los mares a gran escala y un montón de voluntarios que se pasan el verano limpiando las playas para que tú te bañes a gusto”. Creo que mi eslógan es un poco largo. Tendré que refinarlo antes de aproximarme a ellos con la idea. De todas formas, me hace gracia que estén siempre salvando los bosques en Brasil y las ballenas Hawaianas. Creo que no se han dado una vuelta por la playa de Marbella últimamente… está en gran necesidad de ser salvada. Pero el mundo que pretenden salvar siempre está al otro lado del planeta.
En realidad, lo que oigo cuando los veo solicitando firmas sólo es una versión de “Firma aquí y por un módico precio yo voy a múltiples “manifas” mientras tú sigues cogiendo tu coche para ir al bar de la esquina y te compras ropa de Zara y la tiras a la basura dentro de seis meses. Porque el mundo se está acabando por allí, al otro lado del Atlántico, no por aquí.”
Todo este rollo para decir que tener un árbol de Navidad de plástico en el salón cada día me horroriza más… pero no lo voy a tirar. Me hace el papel y el daño ya está hecho.
Feliz Navidad.