“Yo” en mis sueños. Imagen generada por IA, obvio por los pies de sirena y la extraña mano derecha alienígena que se me ve. Pero los auriculares son divinos.
Estos días previos a las vacaciones de verano estoy nerviosa. Cualquier tarea por encima de mi inmensa pila habitual de “cosas que hay que hacer” me pone de mal humor. Pero entre bronca y bronca me he dado cuenta que todo me la pinfla. Como si los últimos doce meses me hubieran agotado y no tuviera nada más que ofrecer. Fantaseo constantemente con tumbarme en la cama durante horas y horas, o en una toalla en la playa, o en una hamaca dejando que la brisa me meza suavemente hasta dormirme. Cualquier lugar me vale con tal de encontrarme en una sola posición, la horizontal.
Este anhelo de descanso me ha impulsado a investigar en profundidad sobre la naturaleza de la ociosidad. ¿Qué significa realmente la ociosidad? Como soy un apasionada de las palabras, lo primero a lo que acudo es a los orígenes. Etimológicamente, “ocio” viene del latín “otium” concepto militar que expresaba tiempo libre sin hacer nada “otium otiosum”. En un extraño giro de la vida “otium” pasó de ser un término militar para designar el tiempo en el que los soldados no hacían nada a ser un término usado por la clase alta para designar un tiempo específico necesario para la “autorrealización.”1 Hoy en día la palabra ocio puede tener muchas connotaciones, no obstante la expresión “estar ocioso” normalmente significa “aburrise”, y el aburrimiento es el gran tabú de nuestros tiempos. Además, y heredando el significado de otium de nuestros antepasados, básicamente, si eres de clase trabajadora y estás ocioso, eres un vago, si eres rico y estás ocioso, eres un filósofo. Hay que joderse.
Sin embargo, sé que debe haber algo más en mi deseo de tomarme un descanso que vaya más allá de mis probablemente erróneas cavilaciones sobre la ociosidad y la lucha de clases. Así que he estado leyendo sobre la filosofía de no hacer nada en un libro acertadamente titulado “Cómo no hacer nada”, de Jenny Odell. Admito que su lectura requiere un gran esfuerzo por parte de mi cerebro no filosófico. Hay algo en la escritura académica estadounidense que la hace pretenciosamente difícil de leer. Esta gente o se empeña en hacerte sentir estúpida, o tiene muchas ganas de que prestes atención a las palabras. En cualquier caso, en un momento dado, la autora cuenta la historia de una artista que, para un proyecto, empezó a trabajar como becaria en una empresa, y la gente se sintió desconcertada con ella. Se sentaba en su mesa y se quedaba mirando al vacío o por la ventana. La gente empezó a hablar en los pasillos, a cruzar correos electrónicos hablando de lo rara que era la chavala. Durante la última semana de las “prácticas”, la artista se limitó a subir y bajar pisos incesantemente en el ascensor y, cuando le preguntaban el por qué de aquello, se limitaba a responder que un cambio de escenario ayudaba a cambiar de perspectiva. Lo curioso fue la reflexión de la autora; si la “becaria” hubiera estado conectada a Internet, ya sabéis, Facebook, Twitter, Instagram, etc., probablemente los demás empleados no se habrían fijado en ella. Todos perdemos el tiempo en el trabajo, pero que ella no estuviera haciendo NADA (con mayúsculas) es lo que a la gente le pareció inquietante. Pero es en esta NADA donde tiene lugar la verdadera contemplación, donde pueden surgir las verdaderas ideas. Así que detengámonos un momento a meditar sobre ello. A la sociedad le dan miedo los holgazanes, y teniendo en cuenta que esto es lo que la mayoría de nosotros soñamos, es decir, no hacer nada, quizá esta verdad debería haber sido incluida de algún modo en la canción más icónica de Alanis Morrisette.
Leo Tolstoi me abrió los ojos a una realidad incómoda en el Volumen II, Cuarta Parte, Capítulo Primero de Guerra y Paz2:
"Según la tradición bíblica, la ausencia de trabajo -la ociosidad- era una condición del estado de bendición del primer hombre antes de su caída. El amor a la ociosidad siguió siendo el mismo tras el pecado original, pero la maldición sigue pesando sobre nosotros, y no sólo porque debemos ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, sino porque nuestras cualidades morales son tales que no podemos estar ociosos y en paz. Una voz secreta nos dice que debemos sentirnos culpables por estar ociosos".
Al leer esto sentí que por fin comprendía la esencia del castigo que nos sobrevino cuando comimos del fruto prohibido.
“¡Coño!” Pensé: “Este castigo es el culmen de la perfección punitiva.”
Qué castigo más cruel el de odiarte a ti mismo por hacer exactamente lo que está en tu naturaleza. Un castigo tan perfecto que sólo podía haber caído del Cielo.
Si pienso detenidamente en los momentos de mi vida en los que he sentido una dicha perfecta, en la mayoría de ellos no estaba haciendo nada. Por ejemplo, a los veinte años, en casa durante las vacaciones de verano, yendo a la playa con amigos y tumbada bajo la sombrilla, con una ligera brisa acariciando mi piel, medio dormida. O con treinta y pocos, sentada en el porche de la casa de veraneo de mis padres, ojeando un libro medio dormida intentando comprender una vez más el párrafo que acabo de leer, sabiendo que es imposible porque estoy cediendo al sueño.
Podría seguir enumerando eternamente, pero he llegado a la conclusión de que ahora mismo todos los “momentos perfectos” tienen dos patrones recurrentes: estar medio dormida y “merecerme” descansar. Sé que el primer motivo es un reflejo de mi agotamiento, pero es el segundo el que me parece más problemático. Veréis, nos han educado para creer que la tranquilidad, el contento y el descanso sólo pueden disfrutarse tras haber realizado un duro trabajo. En resumen, para estar contento, primero hay que sufrir. Pero, ¿y si estuviéramos llamados a vivir la vida de otra manera? ¿Y si, usando las palabras de la siempre excelente
3 “Joder, qué bien,” pudiéramos terminar cada día con una gran sonrisa diciendo “Joder, hoy ha sido un gran día” y en lugar de dejar caer nuestros maltrechos cuerpos sobre la cama tuviéramos la energía para leer un libro sin quedarnos dormidos a mitad de párrafo, o compartir una copa con nuestra pareja o la persona que elijamos una vez los niños se han dormido y charlar sobre cosas no relacionadas con el trabajo en lugar de tener que lavar y doblar la ropa para luego irnos a la cama dando tumbos?Si soy nauseabundamente sincera conmigo misma, tengo que admitir que la mejor parte de la semana de estos últimos seis meses han sido los domingos por la mañana, en un estado de estupor medio dormida en el que oigo el ruido de los cuencos y las cucharas en la cocina y el abrir y cerrar de la puerta de la nevera. En este dulce estado de hipnagogia no dejo de felicitarme por haber enseñado a P y CA a prepararse el desayuno para ellos y para E. La segunda mejor parte de los domingos ocupa realidad el primer lugar, empatada con las mañanas. La siesta del domingo. No sé vosotros, pero yo lo clavo haciendo la siesta. Ya podéis imaginaros lo que pienso cuando invitan a mis retoños a fiestas de cumpleaños en algún sitio que requiere transporte fuera de la ciudad un domingo por la tarde de las 14:00 a 16:00 horas. Cada vez que C o yo recibimos un correo electrónico o un mensaje de texto de este tipo, nos decimos: “¿Pero qué coño...? ¡La peña se ha vuelto loca!” Por favor, que vuelva eso de “el domingo es el día del Señor”. Son este tipo de cosas las que me hacen querer convertirme en cristiana ultraortodoxa, si es que esas cosas existen. Ya sabéis, del tipo que, como los judíos ultraortodoxos, no pueden caminar más de un cierto número de pasos en Sabbath. Pero, por otra parte, si no vuelve lo del domingo es el día del Señor yo me veo totalmente renunciando a Cristo si eso significa tener que echar siestas sacrosantas de proporciones bíblicas el sábado bajo el peso de un decreto religioso.
Otro ensayo que estoy empezando a leer se titula “La Ociosidad: Un ensayo filosófico”4, de Brian O'Connor. Me compré el libro porque leí una entrevista en la que el autor explicaba que con este ensayo pretendía desmontar la argumentación de los filósofos más famosos contra la ociosidad. Uno de los filósofos que menciona es Kant. Recuerdo vagamente a Kant de mi clase de filosofía en el instituto. Tuvimos que leer la introducción a la “Crítica de la Razón Pura”. Supongo que la crítica en sí es tan densa que el Ministerio de Educación Español de finales de los 90 decidió que leer la introducción sería suficiente para una panda de adolescentes de 17 años. No bromeo cuando os digo que lo único que recuerdo de Kant es una anécdota curiosa que nos contó nuestro profesor. Al parecer, Kant era de constitución enfermiza y débil, pero también de naturaleza altamente productiva. Nunca viajaba ni hacía ejercicio. Además, la nariz le goteaba constantemente (atractivo, ¿eh?). Como Kant era una persona ingeniosa, colocaba por las mañanas un pañuelo sobre una mesa que estaba al otro lado de la habitación, frente al escritorio en el que solía sentarse para trabajar. Esto significaba que, de vez en cuando, tenía que levantarse, recorrer la distancia, sonarse la nariz, volver andando y reanudar sus cavilaciones y meditaciones donde las había dejado5.Este relato de los hábitos diarios de Kant me suscita muchas preguntas; en primer lugar, quiero saber cuántos pasos daba al día, ¿se llevaba ya eso de los 10000 pasos? También quiero saber si combinaba el “paseo” con algunas sentadillas (que habrían sido realmente beneficiosas).
En cualquier caso, creo de que el arreglo de Kant respecto a su salud y su afán por trabajar fue bastante inteligente. Yo también me veo haciendo esto en mis sueños. Pero en mi fantasía, las circunstancias son algo diferentes. Por ejemplo, no estoy sentada en el escritorio, sino tumbada en una chaise longue. Además, no estoy trabajando, sino escuchando música de un gramófono de los años veinte colocado en la amplia terraza acristalada de mi casa imaginaria, rodeada de un bosque de kentias. En el sueño tengo que levantarme para darle cuerda al gramófono y/o cambiar el disco. Podría, por supuesto, tocar una hipotética campanilla y pedirle al mayordomo que hiciera todo esto, pero incluso en mis sueños tengo la necesidad de luchar contra la osteoporosis.
Lo merezca o no, descansar es una necesidad que no puedo seguir postergando, así que he tomado cartas en el asunto. Por un lado, he hecho un análisis de las cosas que podría hacer para bajar el ritmo y desconectar. Empecé hace dos semans eliminando de mi iPhone cualquier aplicación que pudiera captar mi atención innecesariamente y alejarme de mi propósito de no hacer nada. Así que en los últimos quince días no se me ha visto ni en Substack Notes ni en Google. Cualquier correo electrónico con un enlace, cualquier Whattsapp con un vídeo de YouTube o un post de Instagram para darle al “click”, no he podido mirar porque he desinstalado Safari y Google Chrome. No voy a afirmar que ya me siento más ligera o más iluminada. De hecho, como ya no puedo buscar en Google preguntas candentes que se me pasan por la cabeza, el 99% de mis incertidumbres han quedado sin respuesta estos últimos 15 días. Es curioso, contra todo pronóstico no he implosionado a causa de mi ignorancia autoimpuesta y mi incapacidad para “gogglear” todo lo que se me ponga entre las cejas. Simplemente he estado leyendo libros de papel más a menudo, con menos pausas para comprobar preguntas que me acechan o ver el estado de los “likes” en mis posts de Substack (lo cual es bueno, ya que invariablemente está estancado en algún lugar entre 20 y 30, así que no entiendo el por qué de mi necesidad de comprobar constantemente cosas que ya sé). También he estado tejiendo como una loca. Mis esfuerzos haciendo calceta ya me han dado una idea para otro post ocioso sobre la naturaleza del trabajo manual, pero no voy a ahondar en eso ahora; déjadme recuperar el aliento y leer más sobre el tema; prometo manteneros informados.
La otra cosa que estoy haciendo es tomarme dos meses de descanso este verano, así que cuando leáis este post, o bien estaré volando de vuelta a España con tres niños y un gato (C llegará una semana más tarde) o bien ya estaré descansando en el jardín de mis padres. He tenido la consideración de avisar a mi madre con antelación de mis intenciones de cobrarme todo el “tiempo de abuelita” del que no he disfrutado en el último año, así que ella se encarga por completo de mantener viva a mi prole durante dos benditos meses.
Pero no puedo terminar este post sin confesar que mi severa restricción del tiempo frente a la pantalla vino acompañada de una dosis de síndrome de abstinencia. En las últimas dos semanas me he sorprendido a mí misma mirando de reojo la pantalla de los incautos que se sientan a mi lado en el tren de camino al trabajo y de vuelta. Mis compañeros de viaje casi siempre están en Instagram curioseando cosas poco interesantes o en Amazon amasando una lista interminable de posesiones que no necesitan; qué singular es la naturaleza humana en su falta de originalidad. La única persona que me sorprendió fue una chavala que se pasó los 20 minutos del viaje en tren comprobando en Google Maps la distancia en coche entre mi ciudad y cualquier capital europea. De esta experiencia ya está brotando una idea para un proyecto de antropología.
En fin, que me voy a liar la manta a la cabeza y a perfeccionar mis habilidades en el arte del ganduleo. Os mantendré informados de mis progresos.
Vuestra en divina (im)perfección,
Ana (ocióloga en prácticas)
PD: Como estoy con eso de ignorar las redes sociales, no le deis al “like” en este post, pero por favor, por favor, por favor, si leerlo os ha gustado, entretenido o irritado, compartidlo. Hay un botón ahí abajo para que lo compartáis en whattsapp, sms, email, o donde os dé la gana, para que otras personas sientan curiosidad y lo lean y les guste, se entretengan o se irriten. Agradezco de verdad ese pequeño esfuerzo por vuestra parte.
Todo esto lo he sacado de Wikipedia porque no quería complicarme la existencia. ¿Veís? ya lo voy bordando con lo de hacer poco o nada. https://en.wikipedia.org/wiki/Otium
Este párrafo es una traducción que he hecho usando DeepL.com del libro que me estoy leyendo. Mi ejemplar es una traducción al inglés de Pevear y Volokhonsky.
Sol Aguirre es coach y escritora. Tiene una newsletter en esta plataforma que recibo todos los sábados y me encanta. Buscadla en Substack, se llama “tres minutos”, dejo el link ahí abajo. Pero su podcast es aún mejor.
El título lo he traducido del inglés. No tengo ni idea si existe el texto en castellano.
Ojalá pudiera aportar pruebas de todo esto, pero yo en su día me limité a creer a pies juntillas las palabras de don Antonio y vosotros deberíais hacer lo mismo.
Com sempre un plaer llegir-te i al mateix temps comentar que per a "gandulear" el primer que tens que fer és deixar que la teua ment "gandulee" de deveres, clar que si ho fas així ens privaràs dels teus escrits que son tant novedosos i al mateix temps tan instructius. Love you. Mam.