Morris colgado.
Justo el otro día, me topé con una Nota de
que decía:Cuanto más tiempo paso en las redes sociales, más me doy cuenta de cuánta gente malhumorada pasa el rato en las redes sociales. Busco gente alegre. Vibraciones positivas. Ideas edificantes y puntos de vista inspiradores. Sé que está ahí fuera. Tiene que estar. Si eres tú, escríbeme para que pueda seguirte. Gracias.
A lo que respondí:
Andy, de mí sólo recibirás alegría, mariposas y conejitos. ;)
Y fue tan amable y confiado que no sólo empezó a seguirme en “Notas” (el “twitter de Substack”) , sino que se suscribió ciegamente a mi boletín, "Mirth as Medicine". Así que ahora me debo a él y tengo que cumplir. Si no sabéis quién es Andy Adams echadle un vistazo a su publicación sobre fotografía que mola bastante. Aquí tenéis un ejemplo.
El principal problema es que, por mucho que me guste la alegría, no tengo ni idea de mariposas ni de conejitos. Sin embargo, como soy una persona de recursos, he decidido escribir en su lugar sobre gatos y drogas.
Algunos de vosotros conocéis un poco a nuestro gato, Morris Buckwheat. Es un gato muy independiente que pasa olímpicamente de nosotros. Tiene una hamaca muy bonita donde duerme la mayoría de sus siestas. Esta hamaca está en el salón. Cuando nos sentamos todos juntos en el salón para ver una película, se baja y se va a otra habitación que esté vacía para continuar allí su siesta. Así es Morris.
En Navidad, no quisimos hacerle pasar por un viaje de 7 horas (dos vuelos y una escala de 3 horas en Zúrich), ya que íbamos a visitar a la familia. Lo dejamos con unos amigos muy amables que ya lo habían acogido una vez y se habían llevado muy bien. Nuestros amigos tienen un hijo (8 años) y son suecos. Nosotros tenemos tres hijos (8, 6 y 3) y somos una familia italo-española. Así que supongo que, por comparación, el nivel de decibelios en su casa palidece al lado de la nuestra. Morris se quedó con ellos 10 días, y después, cuando lo recogimos, C y yo nos dimos cuenta de que mostraba un comportamiento agresivo que no habíamos visto antes. Se acercaba a uno de nosotros y nos arañaba el pie, así sin más. Le arañó la cara a P cuando éste se agachó para darle una caricia. Mi diagnóstico es que la pobre bestia quería volver a casa de nuestros amigos, donde nadie grita, nadie le arrastra por la cola y la vida es menos estresante.
Justo antes que empezaran las clases tras las vacaciones de Navidad, me quedé sola en casa con los tres niños un par de días, y C se fue a trabajar. Fueron días agotadores, pero estoy orgullosa de la cantidad de cosas que hicimos. Resistí la tentación de aparcarlos delante de unos juguetes y los llevé a patinar sobre hielo y a montar en trineo, aprovechando lo poco que había nevado y que hacía -10°C. Amor es congelarse el culo sólo por entretener a tus retoños.
Al final del segundo día, cuando C llegó a casa del trabajo, mis reservas de amor maternal se estaban agotando. Para colmo, en nuestras aventuras en trineo, me había quedado enganchada del cuello y el dolor me subía hasta la cabeza. Si hablamos de dolor, el de cabeza es el que más odio en el mundo, porque no puedo ignorarlo concentrándome en otra cosa. Si a eso le sumáis las náuseas, os podéis hacer una idea fiel de mi concepto del purgatorio. Así que hice lo que haría cualquier ciudadano con un poco de amor propio y me tomé todas las pastillas que encontré. Esta vez, sólo tomé ibuprofeno del normal y un poco de valium que sobró de cuando mi madre nos visitó y se quedó enganchada de la espalda. No hay nada más saludable que un hogar con reservas de benzodiacepinas.
Después de tomarme las pastillas, dejé a los niños con C y me fui a la tienda de animales a comprar un par de cosas que Morris necesitaba. En este punto de la historia debo mencionar que en cuanto a estupefacientes soy un peso ligero. Me bastan dos cervezas para adentrarme en "la zona". Ya sabéis, ese lugar donde "las bombas están cayendo fuera, pero aquí dentro se está la mar de bien". Así pues no había calculado que después de un valium llegaría a "la zona" en un tiempo récord. Ir de compras en "la zona" no fue una buena decisión. ¿O tal vez fue una gran jugada? En realidad lo único que quería comprar eran unas bolsas para forrar el arenal de Morris. Pero la cosa no salió según el plan y no sé muy bien cómo pero volví a casa con 100 euros de menos y su equivalente en cosas inútiles para gatos.
Cuando llegué a la tienda y empecé a recorrer sus pasillos no dejaba de pensar: "¡Qué de tesoros hay aquí escondidos! ¿Había estado aquí antes?” Todo era brillante, bonito y útil. Como un ratón de cuerda para que Morris practicara sus habilidades de caza, que, por cierto, duró dos minutos a manos de mis hijos. U otro de esos palos de rascar para que Morris lo ignore porque lo que le gusta arañar es el sofá. U otra correa porque a lo mejor esa era la correa con la que le gustaría salir a pasear (mejor no hablamos del empeño de mis hijos en pasear al gato). O un túnel de poliéster para que Morris entre y salga porque no hay suficientes rincones en mi pequeño apartamento, y porque un horrible tubo de poliéster verde y azul es el tipo de adorno que todos admirarán cuando entren en nuestra casa mientras murmuran "me gusta lo que has hecho con el lugar". Sabed que E se quedó atrapado en el túnel el primer día porque, en otra vida, E fue un conejo.
Entre las cosas que había comprado se hallaba un collar calmante. Según las instrucciones, es una cinta de plástico que se pone alrededor del cuello del gato, se ajusta y difunde valeriana alrededor del aura de tu mascota durante seis semanas. En mi estupor benzodiacepínico supe que esto era exactamente lo que Morris necesitaba.
Llegué a casa, y C me miró a mí y a mis bolsas, desconcertado.
"¿Qué compraste?"
"Espera a ver esto", le dije esbozando una sonrisa. "Soy un genio del consumismo".
Le puse el collar a Morris y el resto es historia. El gato estuvo colocado tres días seguidos. Se pasó todo el rato tumbado en el sofá. Lo único que hacía era cambiar de postura de vez en cuando, posiblemente para evitar una úlcera por presión. Estuve tentada de inyectarle heparina para evitar trombos. Mi hijo E incluso logró darle un morreo y Morris se quedó impávido. Vi cómo enroscaba su cola alrededor de mis piernas un par de veces (un signo inequívoco de amor verdadero, según la Enciclopedia del Lenguaje de Signos de los Gatos), y permaneció en la misma habitación en la que estábamos todos. Al final salió del trance, pero las instrucciones dicen que los efectos duran hasta 6 semanas, así que todavía está bordeando en la franja de "la zona".
En cualquier caso, inmediatamente compré dos collares más para tener una reserva. Los he guardado junto a las benzos sobrantes que tenemos en casa. Me parece el lugar más apropiado. Guardar todos los narcóticos en el mismo sitio es la mejor manera de encontrarlos cuando los necesitas. Sí, soy un genio de la organización.
C estaba tan impresionado con los resultados que me preguntó si vendían estos collares para humanos. Le dije que se vería raro entrando a su oficina con uno de esos.
"No, cariño". Aclaró: "Lo decía para nuestros hijos".
collares de valeriana para políticos y jefes YA
jajaja
Lo del coĺlar de valeriana no sé si es deveres, però si està inventad per als gats deurua estar invetad per als humans. Per un altra partla historia es moooolt divertida.