Consultorio de la Dra. Ana, experta en consejos no solicitados.
El secreto de la eterna juventud.
Fotograma de la película “El curioso caso de Benjamin Button” (2008).
Lo único que odio de envejecer es necesitar gafas para leer. Antes me podía acostar a leer, y me dormía con libro en mano. Ahora, dormirse con las gafas puestas es más difícil. Me imagino quedarme dormida con las gafas para que luego se rompan y los cristales que me agujereen los párpados... Además, este año llevo todas las de perder, ya que estoy leyendo Guerra y Paz en el club del libro de
y si me quedo dormida con el libro en mano, el volumen de 300 kg aplastará las gafas contra mi cara y y los mil pedazos de cristal me destrozarán la córnea, además de provocarme una leve conmoción cerebral. "Cegada por los clásicos", dirá la gente cuando entre en una habitación. Así que, Simon, te debo una.Puede que estéis leyendo esto y penséis "Ana, todo esto es altamente improbable"; pero, ¿lo es realmente?
Luego está lo de comprar gafas nuevas cada vez que se rompan bajo el peso de mi cuerpo dormido. No me pagan lo suficiente como para permitirme semejante lujo, y aunque lo hicieran, mi tacañería intrínseca me indica que sería una pérdida total de tiempo y dinero. Podría comprarme 7 pares de esas gafas de plástico que venden en el supermercado y que cuestan como 3 euros el par. Son mucho más baratas y funcionan de maravilla, si no te importa parecer Rompetechos.
Una vez compré unas de esas gafas. Fue porque estaba intentando entregar una beca, y si quería cumplir el plazo me tenía que pasar dos noches enteras sin dormir mirando la pantalla del ordenador intentando escribir algo gramatical y científicamente correcto. Tras la primera noche, me dolían tanto los ojos que fui al súper y compré esas gafas para aguantar la segunda noche. Ni que decir tiene que, aunque cumplí el plazo, no pasé el corte para conseguir el dinero. Pero las gafas estuvieron un tiempo en casa hasta que decidí desmontarlas y hacer unos prismáticos para P que debía de tener 4 años por aquel entonces. Pero volviendo a esas gafas, a mi marido le parecían la monda. Cada vez que me las ponía, mis ojos se agrandaban tres tallas; yo decía: "Muuuuuuuu" y él se partía de risa.
Por supuesto, hay otras cosas que me molestan de la vejez. Pero intento ignorarlas. Es difícil hacer la vista gorda ante la piel flácida y las arrugas, así que supongo que lo de perder agudeza visual entra en el pack de supervivencia que la vida nos da a los viejos, y una gran ventaja si tu objetivo es un matrimonio duradero. La naturaleza es así de sabia. Sin embargo, hay algunas consecuencias de la vejez que no puedo ignorar. Una de ellas es la pérdida de mi capacidad para dormir en cualquier lugar y en todas partes. Ese solía ser mi súper poder. Podía adoptar cualquier postura, acurrucarme en cualquier rincón y dormir a pierna suelta. Después, podía desplegar mi cuerpo sin dolor, completamente relajado y descansado, y continuar mi día sin más. Echo de menos aquellos tiempos. Ahora, cualquier vuelo transcontinental es una pesadilla, y si me duermo en una postura rara en el sofá, me despierto con dolor de cuello y de cabeza.
Los dolores varios y el movimiento corporal en general son las razones por las que empecé a hacer ejercicio con regularidad. Me importa un pimiento la forma que tenga mi culo, pero lidio una lucha desesperada para conservar la capacidad de ponerme de cuclillas más allá de los 79 años. Así que practico todos los días. Puede que penséis que las sentadillas son un movimiento que no se usa más allá de los 20 años cuando intentas bailar raeggeton a oscuras en una discoteca. Pero os equivocáis, acuclillarse es un movimiento esencial para mantener el equilibrio. El equilibrio es lo que evita que te caigas y te rompas la cadera. Las fracturas de cadera en la vejez son muy comunes y una auténtica mierda (“mierda” es un término médico altamente especializado y muy usado por los expertos.)
Esta obsesión por mantenerme en forma empezó cuando tuve a mi tercer hijo, E, hace 3 años y medio. Tener un bebé a los 41 años hace que sea más difícil "recuperarse". No me malinterpretéis, recuperarse después de un bebé no es un objetivo loable. Hay que relajarse, disfrutar de la maternidad y dejarse llevar por la confusión cerebral, las pérdidas de leche y las siestas aleatorias cuando el bebé se duerme. No obstante, durante mi última baja maternal, también tuve que entretener a un niño de 5 y otra de 3 años, así que los llevaba al parque con bastante frecuencia. Allí conocí a un par de abuelos que pasaban el rato con sus nietos.
Me deslumbraron con su nivel de energía.
Uno de ellos jugaba al escondite con dos niñas pequeñas y no sólo corría tras ellas, sino que las esquivaba. Conservaba a sus... ¿más de 70 años? la capacidad de cambiar de dirección al azar, agacharse y saltar y hacer todo eso sonriendo. No sabía si sentirme inspirada, desanimada o asqueada. Según las escrituras, ese señor no debería ir por ahí haciendo cabriolas mientras estornudar sin hacerme pis no entraba en mis planes.
Si estornudar era un reto, correr y disfrutar haciéndolo era misión imposible. Para que os hagáis una idea, cuando C cumplió 40 años, compré entradas para un concierto de Bruce Springsteen en Roma. Volamos allí con P, que entonces tenía año y medio. Traje a mi madre para que hiciera de canguro durante el fin de semana (no voy a excusarme por el derroche; C cumplía 40 años y era Bruce Springsteen, por el amor de Dios). En fin, después de dos horas y media de buena música, saltos y dos litros de cerveza, terminó el concierto y C estaba radiante de felicidad. Dijo- "¿Vamos a otro sitio a seguir la fiesta?" y ahí tuve que confesar: "C, necesito ir a cambiarme de ropa interior y pantalones. Me he meado encima". Aguarle la fiesta a mi marido no entraba en mis planes de fin de semana memorable.
Cuatro años más tarde, y yo ya me veía condenada a usar Tena Lady de por vida. Había pospuesto demasiado tiempo la recuperación pélvica, pero decidí tomármelo en serio esta vez tras conocer al "abuelo esquivo" y porque no iba a cambiar compresas por pañales. Ah no! esa NO iba a ser yo. Me preparé y me fijé un objetivo: "No tener dolor de espalda cuando cojo a mis hijos en brazos y partir nueces con la vagina". Tres años después, ya no hay celulosa en mi casa. E ya no usa pañales y yo corro medias maratones sin necesidad de ir al baño. Aunque no he recuperado mi súper poder de dormirme en cualquier sitio, puedo acurrucarme con un libro y desplegarme sin dolor. Puedo jugar al escondite y morir de la risa jugando con mis hijos al mismo tiempo sin tener que para a recuperar el aliento.
Y probablemente todos estéis pensando: ¿y esta plasta qué quiere decirnos con este molesto post sobre lo jodidamente sana que se siente? La respuesta es, pequeños saltamontes, que los científicos ya han descifrado el código de la receta de Benjamin Button: Hacer músculos y usarlos. ¿Fácil? Sí. ¿Aburrido? Mucho. Pero la mejor inversión que podréis hacer jamás.
Hace un tiempo publiqué mi opinión sobre la búsqueda de la belleza y la buena apariencia. Pero aquí quería daros esperanzas sobre la vejez. Podéis elegir una vejez de tacataca y pañales o ganaros una que esté, no sólo llena de sabiduría, si no también energía. Por ejemplo, podéis hacer pesas con vuestro ejemplar de Guerra y Paz.
Daos 7 minutos al día, o cinco, o dos. Empezad poniéndoos las zapatillas.
Sinceramente vuestra en divina (im)perfección,
Dra. Ana
Experta en consejos no solicitados.
PD: No he probado a partir nueces con la vagina, por aquello de la higiene y tal. Pero estoy segura de que si tuviese que hacerlo… podría.
Iiiieeeeepaaaa!!!!
Viva el humor!!!
Viva la vida vista des del punt més divertit. Guapaaaa!!!!
Ajajajajaajaj..... me partooooo. Ara be Pasqua... prova a botar a la corda després de torrà, mona i xocolote, mentres intentes recordar la lletra del "cartero" i riguente sense fer-te pis. Tindre musculs també és bo per a les acalorades de la menopausia. 😉